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Prueba Ford Mustang Shelby GT500: V8, 760 CV.... y la inyección del veneno de la cobra

Este artefacto hay que probarlo aunque sea una vez en la vida

Prueba Ford Mustang Shelby GT 500. Acabo de parar para tomar el aire y disfrutar de las vistas desde uno de los puntos más altos de la carretera Ángeles Crest, que atraviesa las colinas que flanquean la ciudad de Los Ángeles (California). Mientras estiro las piernas, escucho de fondo cómo el motor V8 de 482 CV (464 en Europa) del Mustang Bullitt edición especial repiquetea. A lo lejos distingo entre una enorme nube amarilla de apariencia tóxica el skyline de la ciudad de Los Ángeles. Aquí, en cambio, se respira aire puro. A pesar de estar en invierno, luce el sol –lo agradezco– y la temperatura es muy agradable.

Vídeo: ¿Se puede mejorar el sonido de un Ford Mustang Shelby GT500?

La carretera Ángeles Crest –que, además de ser utilizada por usuarios que van a trabajar, es frecuentada por turistas, corredores, ciclistas, motoristas e incluso por marcas de automóviles para realizar sus pruebas de validación– es una de las vías más bonitas del sur de California. En cierto modo me recuerda a la espectacular subida a Pikes Peak –en el estado de Colorado y donde se celebra la famosa carrera hacia las nubes–, aunque no hay tanta naturaleza exuberante; está bastante seco. Sus 66 millas (106 km) de longitud combinan subidas interminables con curvas cada vez más cerradas y con barrancos que quitan el hipo –y pueden arrebatarte la vida– como telón de fondo. Y como cualquier otra carretera de montaña, cuanto más asciendes, más espectaculares son las vistas. La belleza de la vía no le exime de sus muchos riesgos, pues, de hecho, es una de las carreteras más peligrosas de California y cada año registra cientos de heridos y muertos, como recuerdan ciertos carteles. Quien avisa no es traidor...

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

Del Mustang Bullitt al Mustang Shelby GT500

El capó del Mustang Bullitt sigue caliente. Una sensación de bienestar recorre mi cuerpo. No sé si me la ha provocado haber encadenado curvas y más curvas a bordo de este fabuloso pony car, producido para homenajear al mítico Mustang que condujo Steve McQueen en la icónica película 'Bullit'. Aunque, para ser sincero, lo que me está dibujando una gran sonrisa –a la vez que me produce un inquietante cosquilleo en el estómago– es que seguidamente voy a cambiar de montura. 

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

Tengo ambos Mustang frente a mí. Los dos gastan casi el mismo color de carrocería: el verde del Bullitt es muy elegante, mientras que el del otro Mustang –en este caso Ford Mustang Shelby GT500– no le hace justicia ni en lo estético ni en personalidad. ¿Una cobra verde esperanza? ¡Vaaaaamoss! Como diría el personaje de Carroll Shelby en la película 'Le Mans 66' –muy recomendable, por cierto; estelar la interpretación de Christian Bale en el papel del malogrado piloto Ken Miles–: "La apariencia no lo es todo". De modo que cuando te fijas más detenidamente, empiezas a encontrarle detalles que te hacen tilín. Quizá sea su enorme alerón de carbono, una tarjeta de presentación de que este bólido necesita fuerzas descensionales descomunales, o quizá sea el doble escape, o el difusor trasero... Sea como fuere, como soy un romántico, sigo pensando que la belleza está en el interior. Allá voy.

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

Una vez sentado a los mandos del Mustang Shelby GT500, dos cosas me llaman la atención: la primera es que es el cockpit es mucho más espartano que el del Bullitt; la segunda, que sólo hay 50 millas (algo de más de 80 km) de autonomía. Y es que el periodista que lo ha estado conduciendo antes parece que se ha divertido de lo lindo. Menos mal que se supone que ahora el recorrido de la carretera Ángeles Crest es de bajada...

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

Pulso el botón de arranque situado junto al volante y el rugido atronador de los ocho cilindros en V y los 760 caballos a punto desbocarse me dan una sonora bienvenida. El sonido me llega al tuétano, rebota por mis entrañas y se queda enganchado en mi interior. Luego descubriré que se trata del veneno de la cobra. Agarro el volante forrado en Alcantara e inicio la marcha.

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¡El motor V8 del Ford Mustang Shelby GT500 es el acabose!

Como no me conozco del todo bien la carretera salgo en modo normal y, aun así, con pisar levemente el acelerador es como si empezara a despegar con un avión. El asiento me absorbe y el sonido lo invade todo. ¡Esto es V8 a todo pulmón! ¡Y da la vida!
A medida que voy cogiendo confianza, me adapto a la cabalgada del pony. Pongo el modo Sport –tiene también modos Drift y Race (otro día mejor...)– y se convierte en el acabose. Las curvas se suceden, sube de vueltas como una exhalación, se mueve con mucha soltura a partir de las 5.000 vueltas, la dirección es precisa, sincera y el coche entra en la curva cuando y donde se le indica. Y, aunque el asfalto tiene partes tan accidentadas como una calzada romana, las suspensiones copian perfectamente y filtran de maravilla... al menos delante.

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

Veo que me acerco a una semirrecta. Aquí va a ser... Piso a fondo el acelerador y este cohete sale escopetado. El límite son 45 mph (algo más de 72 km/h), pero este purasangre me acerca las 100 millas (161 km/h). La curva llega antes de lo esperado... que sea lo que Dios quiera –y que lo que quiera sea bueno–. Piso el freno como si en ello se me fuera la vida, y el GT500 responde ipso facto y se clava, sin nerviosismos, sin movimientos extraños, mientras que el alerón cumple su función y convierte al Mustang en un caballo dócil.

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

Rozar el cielo cuando alcanza las 8.000 vueltas

Estoy acariciando el cielo de felicidad, viendo cómo el Shelby GT500 alcanza las 8.000 vueltas, mientras mi corazón bombea sangre como si fuera un V8. No sé si es adrenalina, emoción, miedo, pasión... o todo junto. Si me tomaran la tensión en este momento, seguro que destrozaba todos los registros. Aterrizo y me fijo no sin preocupación que me quedan tan sólo cinco millas de autonomía. Ni con un coche eléctrico había estado tan al límite... y con los dídimos de corbata. Y es que aquí arriba no hay cobertura de móvil. Confío en las leyes de la física: ahora es todo bajada de verdad.

Prueba Ford Mustang Shelby GT500

A 50 metros de una gasolinera –¡¡¡milagro!!!– situada justamente donde comienza la vía Ángeles Crest, aparece el indicador de 0 millas de autonomía. Como diría mi madre, "¡cómo me gusta sufrir!".

Le doy de beber a este purasangre y consigo 100 millas (161 km) de autonomía. La duda me corroe: ¿llevo a este pony car al establo? Efectivamente, sólo podía hacer una cosa: volver a subir Ángeles Crest y que viva el Rock&roll. Un síntoma de que el veneno de la cobra está latente...  

Es una lástima que el Ford Mustang Shelby GT500 –que en Estados Unidos cuesta 65.800 euros– no esté a la venta en España. Tendremos que conformarnos con el GT350, que tampoco anda cojo...

Valoración

Nota10

Prueba del Ford Mustang Shelby GT500 en una carretera de montaña. No hay antídoto para la picadura de la cobra. Una vez que lo conduces, no querrás bajarte jamás.

Lo mejor

Lo que transmite te hace sentir vivo. Sus 760 CV son pura emoción. Su motor V8 suena a música celestial...

Lo peor

No se comercializa en España... ni se espera. Aunque este purasangre ha sido domesticado, no es un coche para todos los días.

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