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Walter Röhrl vuelve al pasado y conduce el Opel Commodore GS/E que le cambió la vida

Walter Röhrl Opel Commodore GS/E

El reencuentro de dos leyendas.

Cuando realizamos este reportaje hacía la temperatura favorita de Walter Röhrl: frío y con una capa de nieve cubriendo la carretera. 

'El Largo' (Der Lange), como le llaman en Alemania, lleva vaqueros, una gruesa chaqueta de invierno y un gorro. También lleva unos zapatos que parecen de carreras. "Son bonitos y estrechos", dice, "ideales para pisar bien los pedales". 

Walter Röhrl ya ha cumplido 76 años y sigue actuando como un piloto de rallys. Estamos de visita en su casa de Sankt Englmar (Alemania), en medio de un bosque bávaro. 

Hemos venido con el coche con el que inició su carrera: un Opel Commodore B GS/E amarillo construido por los mecánicos de Irmscher. El 19 de enero de 1973, Röhrl arrancó su motor para correr su primera carrera como profesional, nada más y nada menos que el Rally de Montecarlo, durante seis días y 7.500 kilómetros. 50 años después, vuelve a subirse a aquel coche. 

 

Walter, como todos le llaman, se para delante del Opel. Su mirada se detiene en la línea inclinada del techo y dice: "Me gusta esta forma, atemporalmente bella". Pero el Commodore nunca fue bueno como coche de rallys. Era demasiado grande. 

"En el Col de Turini, 500 metros antes de la cima, alcancé a uno de esos pequeños Renault Alpine con este camión". Se ríe y, de repente, todo vuelve a su mente como si estuviera allí: su primer rally como profesional, las carreteras cubiertas de nieve, la sopa caliente del termo, 30 horas de conducción del tirón, un breve sueño y vuelta a conducir. Eran seis días y seis noches de máximo esfuerzo para el hombre y la máquina.

A Walter le gustaba así. Sin embargo, de joven, era un conductor tranquilo. A los veinte años era chófer del representante legal de los obispos bávaros. Primero, en un Ford 17M; luego, en un Mercedes 200, modelo Strich 8. "Entonces ganaba 380 marcos (195 euros) al mes", recuerda. 

Para él los rallys eran solo un hobby a finales de los 60 y principios de los 70. No podía vivir de ello. Ford le pagaba 500 marcos (255 euros) al año y le permitía conducir un Capri RS, "pero no se podía ganar nada con él", me confiesa. 

Su madre le impidió correr, pero eso le duró poco tiempo, enseguida suplicó a Ford que le dejaran un coche: "Si no puedo conducir más, tampoco quiero vivir más", les dijo. Entonces llegó el Rally de Polonia. Era la primavera de 1972 y Röhrl llevaba seis meses sin subirse a un coche de carreras. 

Sin embargo, le fue bien y solo le ganó el aspirante al título, Raffaele Pinto, en un Fiat. Walter recuerda: "Solo llevábamos un juego de neumáticos anchos y Pinto tenía juegos diferentes para grava y asfalto. En grava perdí ocho minutos, en asfalto recuperé nueve e incluso le adelanté en una etapa". 

Walter Röhrl Opel Commodore GS/E

Al final, Röhrl terminó segundo. Después tuvo lugar el Rally Olímpico de agosto de 1972 y supuso el espaldarazo definitivo para Röhrl, que marcó el mejor tiempo en una etapa especial y con un Capri, un coche en el que realmente eso no parecía posible. El joven Walter se dijo entonces: "Si es tan fácil, quiero saber si soy el mejor piloto del mundo". 

Günther Irmscher lo tenía en su radar desde hacía tiempo y reconoció en él el mayor talento del siglo. Irmscher, también fue piloto de carreras y uno de los pioneros del tuning como "fabricante de deportivos Opel", contrató a Röhrl, con quien firmó el contrato en diciembre de 1972 en el Salón Jochen Rindt, actual Salón del Automóvil de Essen. 

Ya no cobraría 500 marcos al año, como en Ford, sino 800 (410 euros) al mes. Así, 'El Largo' pudo, por fin, convertir su afición en profesión. Hace 50 años, Röhrl se convirtió en piloto profesional de rallys y acabó siendo toda una leyenda. Y así llegamos al día de esta prueba. 

Walter Röhrl Opel Commodore GS/E

Está nevando sin parar en el bosque rodea la casa de Walter. Günther Irmscher hijo (de 51 años) ha arrancado el motor de este bólido que lleva cuatro luces extra en el capó. "Por fin suena como un auténtico coche de carreras", dice Röhrl. 

Antes era diferente, porque estaba casi de serie. Una pequeña puesta a punto del motor y para alcanzar los 175 CV (15 más que el modelo de calle). Las alfombrillas, los asientos y la banqueta trasera se eliminaron; dos asientos nuevos y una jaula antivuelco eran los protagonistas. 

En total, se quitaron 130 kg de peso, pero el sonido civilizado se mantuvo. Walter sonríe con picardía y dice: "Siempre envidié a Rauno Aaltonen. Podías oír su Datsun 240Z a diez kilómetros, pero nuestro Commodore no sonaba a nada". Ahora, tres carburadores de doble cuerpo animan el motor de seis cilindros en línea y sus 230 CV suenan a gloria bendita.

De nuevo, al volante 

Röhrl balancea las piernas y las caderas sobre el chasis de acero y se desliza dentro del ajustado habitáculo como cuando era joven. Como monta en bicicleta, esquía, hace ejercicio de forma habitual y come sano, no tiene ni un gramo de más. 

De esta forma, como si los 50 años que han pasado no hubieran existido, pisa el acelerador a fondo y hace deslizar a este coloso de acero por curvas realmente cerradas. Walter acaba de viajar en el tiempo. Después de una hora al volante, se permite a sí mismo y al Opel un descanso. 

Es el momento de contar la historia de cómo rompió la parte delantera del Commodore en medio de los Alpes franceses: "Había unos ventisqueros increíbles, pero aceleraba a fondo y esperaba que saliera bien". Salió bien, pero hubo problemas en la bajada. 

Walter Röhrl Opel Commodore GS/E

Walter lo cuenta: "El líquido de frenos hervía y, para perder velocidad había que dirigir el coche de lado contra las paredes de nieve. Por desgracia, había un pozo detrás de toda la nieve y le di con la parte delantera derecha". Así que tuvo que gestionar la mitad del rally con un coche maltrecho. 

Más tarde, los mecánicos de Irmscher lo enderezaron como buenamente pudieron, con una cuerda y un vehículo de remolque. Walter sacude la cabeza y dice: "Es una locura lo que le hice a este coche. Pasé de cuarta a primera marcha, solo para conseguir frenar". Röhrl terminó su primer rally como profesional con una victoria en su clase y el 45º puesto en la general.

Sin embargo, ahora estaba en el ajo y ya no era un mero espectador, como lo había sido un año antes en su autoimpuesto y efímero retiro de los rallys. Tras eso, condujo sin parar hasta Mónaco con un amigo en el Capri RS, solo porque querían ver el rally de Montecarlo en el Col de Turini a las 8 de la tarde, a medianoche y a las 5 de la mañana. 

Ahora él mismo formaba parte de este loco circo de las carreras. Ha dejado de nevar, Walter pilota el Commodore de vuelta, y a su lado, en el asiento del pasajero, está Günther Irmscher hijo. Dirige la empresa de su padre desde 1999 y ha devuelto a la vida al Commodore y al Ascona con el que Walter fue subcampeón de Europa en 1973. 

Walter Röhrl Opel Commodore GS/E

Ambos, Röhrl y el joven Irmscher, se conocen desde hace 50 años, aunque Irmscher no recuerde muy bien los comienzos... Los mecánicos de Irmscher y Walter también son viejos conocidos. Röhrl era casi de la familia cuando firmó su primer contrato profesional. Se sentaba por las tardes en la cocina de la casa de los Irmscher, con Günther, de un año, en el regazo. 

Mamá Irmscher hacía bocadillos y, al lado, en una plataforma elevadora, los mecánicos trabajaban en el coche. Sí, así debió de ser. Debieron de improvisar mucho entonces, cuando el presupuesto era escaso, pero la motivación era grande. 

"En medio de los Alpes", cuenta Walter, "cuando el coche estaba lleno de hielo y nieve, oí que algo traqueteaba en los bajos del coche. Entonces, un mecánico se tumbó en la nieve bajo el coche y empezó a arreglarlo, con el hielo goteándole por la cara, pero lo solucionó". 

Todos se unieron para lograr el gran sueño de Walter: ganar algún día el Rally de Montecarlo. Pero los chicos de Irmscher solo estuvieron un año con el equipo y luego Opel se hizo cargo. Entonces, el hombre que quería dejar los rallys por el miedo de su madre ya no ganaba 800 marcos al mes, sino 80.000 (41.000 euros) al año. 

Mirando atrás, dice: "Me asustaba tanto dinero. Te marea". Pero Walter lo valía y se convirtió en campeón de Europa, en campeón del mundo en dos ocasiones y ganó en Montecarlo cuatro veces. Fueron los mejores tiempos para Walter.

Etiquetas: coches de rally

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