Gracias a Pirelli, que está celebrando los 25 años de su gama de ruedas de altas prestaciones P Zero, me voy a dar un verdadero festín en el circuito Ricardo Tormo. A primera hora de la mañana, me esperan sobre el ‘pit lane’ varios Porsche 911 4S, dos Lamborghini Gallardo Superleguera, un Gallardo Super Trofeo Stradale y hasta cuatro McLaren MP4-12C. Es la primera vez en mi vida que me alegro de haber pasado de los 25 años, la edad mínima que el equipo de McLaren desplazado a Cheste exige para poder pilotar este deportivo de 232.800 euros.
El salpicadero, negro carbono, me deslumbra por culpa del reflejo del sol. Me da la impresión de ser un poco soso, pero en cuanto enciendo el McLaren, el sonido del motor comienza a arrullarme y una sinfonía de luces en el tablero de mandos empieza a mostrarme toda clase de información: temperatura del aceite, del agua, modo, velocidad… Tengo cinco vueltas y la primera es solo para calentar las ruedas, así que lo dejo en modo ‘normal’, por ahora.
Además, te hacen firmar varios formularios y tienes que ir acompañado de un piloto. Por suerte, me ha tocado con uno que ya conocía: el simpático portugués Álvaro Parente, que me guía con paciencia a través de todos los ajustes de la configuración. El asiento del MP4-12C se ajusta a mi cuerpo tan bien que apenas necesito acercarlo un poco al volante. Una vez arrancado, solo la tecla D de la consola central me separa de la pista.
Lo dejo en automático para salir del ‘pit lane’ gozando al máximo con el sonido del motor que, a bajas vueltas se oye más bien poco en el habitáculo; apenas se perciben los saltos de marcha. A la salida de alguna de las curvas aprovecho para pisar el acelerador a fondo: sales disparado, pero el morro no se levanta ni dos milímetros. Nos acercamos al giro a izquierdas que da acceso a la recta de meta y aprovecho para poner el modo Track y el cambio en manual. En cuanto intuyo el vértice de salida, doy gas a fondo.
El eje trasero del McLaren MP4-12C aplica cada uno de los 600 Nm de par que ofrece el motor M838T a hacer que el coche salga disparado sin la más mínima pérdida de tracción. Trato de no distraerme con el sonido que llega del motor, que es como si tuviera una avispa ronca y furiosa –con unos pulmones de casi cuatro litros- zumbando unos centímetros detrás de mi cabeza, porque la valla y la grada empiezan a pasar a mi lado a una rapidez increíble. Mientras veo el velocímetro digital pasar como una exhalación por encima de los 200 km/h, Álvaro empieza a señalarme el cono que indica el lugar idóneo para la frenada al final de la recta.
Su cabeza y sus brazos parecen querer salir del McLaren cuando piso a fondo el freno. Jamás había visto nada igual: me faltan más de 20 metros para empezar el giro y ya voy a paso de tortuga, pero en la siguiente curva me vuelve a pasar exactamente lo mismo. Está claro: ni yo estoy acostumbrado a llevar coches como éste en circuito, ni los conos se han colocado pensando en ¡cómo frena este coche!
Se me ha acabado la primera vuelta. Consigo salir mucho más deprisa de la curva uno y me lanzo hacia segunda subiendo a tercera. Enlazo las siguientes siendo ya mucho más capaz de maravillarme ante la precisión del MP4-12, con él no hay giro del que no salgas pensando que, la próxima vez, podrás sacarle mucho más jugo a esa curva, por el coche nunca es… Cuando voy a comenzar la tercera vuelta, me fijo en si llevo a alguien por detrás para detenerme completamente y probar el ‘launch control system’. No creo que lograra hacer los 3,1 segundos en el 0 a 100 km/h, pero debí acercarme bastante, tanto como a los pianos en los siguientes dos giros que me quedaban.