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Cara a cara: BMW M6 Cabrio vs. Mercedes SL 63 AMG

Conducimos al límite por el circuito de Sachsenring a estos dos descapotables, capaces de combinar lujo y deportividad extrema como pocos. ¡No te los pierdas al detalle en nuestra galería!

Motorizaciones comparadas:

Dos poderosos motores V8, y sin perder un ápice de elegancia. ¿Es posible? Este cara a cara del Mercedes SL 63 AMG contra el BMW M6 Cabrio demuestra que sí.

BMW M6 Cabrio

El bávaro se ve más contundente que grácil. Su portentoso y musculado diseño, la verdad es que impone, y mucho. Y eso va con su comportamiento. Incluso en modo Confort, la dirección es dura y las suspensiones, rígidas, con un cambio bastante impetuoso. Pero esto no significa que transmita deportividad desde el principio. A pocas vueltas, a diferencia de su rival, en este BMW uno tiene siempre la sensación de estar al timón de un transatlántico por el Bósforo. Solo cuando lo haces girar de verdad y libera todo su potencial de aceleración y vez cómo la aguja roza fulminantemente las 7.200 revoluciones antes de cambiar a la siguiente marcha, percibes lo que se espera de una creación M. 

Su motor empuja como un atleta de élite, te pega al asiento y notas el poderío de sus 680 Nm de par, presentes en un grandísimo margen de revoluciones. Y todo, acompañado de un rugido cautivador, que me recuerda al Joe Cocker más salvaje. Lo cierto es que la versión Cabrio, con un peso mayor en 100 kilos que su hermano Coupé, tiene una mayor capacidad de tracción al arrancar, pero no llega al nivel celestial de su rival de la estrella en estad lides. 

En curvas, sin embargo, se revela demasiado pesado, cae antes en el subviraje y, aun con su diferencial autoblocante, no sale de ellas con el aplomo esperado. La paradoja es que permite un deslizamiento de la zaga más controlado, ya que avisa con mayor anticipación. Y esto, si lo sabemos aprovechar, nos permite ganar tiempo por vuelta. Y es que, una vez ye haces a él, puedes lograr una respuesta realmente ágil. Con todo, su tiempo ha sido de 1:38,14 minutos, por lo que queda en segundo puesto.

Mercedes SL 63 AMG

A diferencia del BMW, este Mercedes juega todo a una carta: la de la fuerza. Su impresionante par es su punta de lanza, que empuja sin piedad. Ya desde las vueltas más bajas notas todo su poderío. Los dos turbos soplan a una presión de 1,1 bares, y eso se nota al volante. Entre 1.000 y 2.000 revoluciones con una intensidad mantenida, a partir de ahí, se desata el infierno en toda su magnitud.

Delante arroja su fuerza el biturbo, que deja salir sus alaridos por los escapes traseros, mientras no puedes evitar sorprenderte de que, incluso a 300 km/h, parece estar muy lejos de desfallecer. El único motivo por el que no puede sacarle aún más distancia al BMW, a pesar de sus brutales 900 Nm de par, reside en el cambio. El automático de siete velocidades tiene unas relaciones un poco más largas, inserta más indolente y en modo manual no es tan puntiagudo como el DKG de su rival.

Pero aseguramos que esta es la única mácula de un deportivo como este, sorprendente y cautivador a todas luces. En el circuito, ha mostrado una precisión desarmante: los frenos muerden con fuerza felina, la dirección da siempre con la trayectoria idónea mientras el diferencial al 40% transmite la fuerza al asfalto con increíble eficacia. 

Este AMG gira en las curvas solícito y muy neutral, y aun con su duro tarado, se mueve con inusitada elegancia. Y es que en ningún momento se siente como un animal indómito, sino como un cómodo y poderoso compañero de viaje. Y así las cosas, le saca 0,7 segundos de ventaja a su rival, con una marca de 1:37,54 minutos. Por eso se hace con el primer puesto.

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