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El primer Countach de la historia: un sueño verde

El primer Countach de la historia: un sueño verde
El destino hizo que el primer Countach se perdiera durante más de 35 años. Pero la unidad número 001 es el origen de todos los Countach. Con él empezó todo. Durante mucho tiempo se dio por olvidado, aunque terminó recalando en un museo... no sin antes volver a rodar. Te contamos su historia.

Basta ver al dueño del primer Countach de la historia para saber que este hombre hoy es feliz. En Sant’Agata, Bolonia, Valentino devora esta silueta verde con la mirada. Es una relación muy larga e intensa. Este coche fue su gran su amor de juventud. Salvaje, impetuoso y tal vez un poco tosco para hoy en día, pero este Countach de apenas 107 centímetros de altura sigue pareciendo radical.

Valentino Balboni se cuela detrás del volante; todavía recuerda cómo escurrirse por ese angosto hueco: hay jóvenes que no lo conseguirían con tal agilidad. Balboni, sí, aunque ya cuenta con más de 60 primaveras. Es la cara más reconocible de todos los probadores de Lamborghini. Hace unos años la marca incluso le honró con una versión especial del Gallardo, en aquél caso solo con propulsión trasera. En consonancia con la vieja escuela y pasando de la moda actual de la tracción integral de Audi. Como le gusta remarcar a Valentino. Al igual que su Countach, que hace un tiempo que volvió a ser propiedad de Lamborghini. De nuevo, ya que por mucho tiempo se le dio por desguazado. “Durante muchos años no tuvimos ni remota idea de dónde podía estar este coche”.

Countach Chasis 001: el primero

Su número de chasis no deja lugar a dudas: es el 001, el primer LP400. En marzo de 1973 esta unidad estuvo expuesta en el salón de Ginebra (pintada en rojo) y, al otoño siguiente, en el de Salón de París (ahora en verde).

Además, hubo un Countach anterior a este. Uno amarillo, una cosa increíble que se presentó como prototipo en 1971 en el Salón de Ginebra y conmocionó el mundo del automóvil: así es como se las gastaban los italianos a la hora de idear un deportivo. Un deportivo no de hoy ni de mañana, sino de pasado mañana.

Aquel primer boceto del Countach no sobrevivió, ya que se empleó para ensayar un crash test en Inglaterra. Pero desde luego el nuevo diseño caló muy hondo.

El anterior Miura, un coche poderoso, tenía un diseño redondeado y fluido. El Countach vino a dinamitar una armonía visual que Pininfarina buscaba en sus diseños para Ferrari, mientras que Lamborghini optó entonces por algo diferente: escandalizar. Y lo logró. Basta con acordarse de cómo era aquella zona del norte de Italia a finales de la década de los 70. Una especie de orden antiguo reinaba en este pueblo en el que Ferruccio Lamborghini fabricaba tractores.

Sant’Agata tenía un par de Vespas, unos pocos Fiat por sus calles y algún que otro camión. Y una fábrica de deportivos desde 1963. Valentino Balboni entró en la planta en abril de 1968. El azar y la curiosidad llevaron a este joven mecánico de 19 años a pasarse una tarde entera trasladando carrocerías del Miura de aquí para allá. Más tarde le dieron un contrato de trabajo... Con la ayuda del párroco. “Recibí el número 87”.

En su primer día un hombre abrió la puerta, y sin quitarse el cigarrillo de la boca le espetó en dialecto boloñés: “¡No necesitamos gente que hable! Necesitamos gente que trabaje”. Sí, ese era Ferruccio Lamborghini. Un tío impulsivo, una persona con carisma y mucho carácter. “Nos metía caña a todos; tenía la capacidad de motivarnos constantemente”, recuerda ahora Balboni. Cuando había que quedarse hasta más tarde de la cuenta trabajando, el propio Ferruccio se encargaba de comprar los bocadillos y las bebidas en un pequeño bar que todavía existe hoy en día. Ferruccio tenía mano para la gente válida. Era lo suficientemente listo para quedarse con los mejores. “Lo único es que no era buen conductor, aunque, naturalmente, él lo veía de otra manera. También afirmaba que era un buen ingeniero, y eso tampoco es cierto”, afirma Balboni. Pero sí que sabía mantener unido a su equipo. A veces les daban más de las 12 de la noche mientras los clientes esperaban para llevarse su coche.

Ferruccio Lamborghini permanecía junto a los mecánicos, apoyado en la puerta del taller, escuchando cómo se expandía el sonido del deportivo por la ribera del río Po. Y entonces, el jefe contaba en alto: “Primera. Segunda. Tercera”, pequeña pausa, “Cuarta. Quinta… Bien, se mantiene. Ya puede irse a casa”.

Ferruccio adoraba lo extremo. Algo que ya podía percibirse en el Miura. Con el Countach volvió a correr el riesgo y saltarse los límites. Pero para Lamborghini esta fue su seña de identidad. Nuccio Bertone tuvo mucho que ver en su éxito. Ferruccio se entendió bien con él. “Eran dos genios que conectaban y al mismo tiempo dos personas fáciles”, dice Valentino. Lamborghini tenía grandes ideas; Bertone, mucho olfato para llevarlas a cabo. “Trabajaban fantásticamente bien juntos”. Cuando en 1970 se fabricó en Sant’Agata la primera recreación en madera del Countach a escala 1:1, todos alucinaron en la fábrica. “Al principio no nos entró bien; demasiados ángulos, demasiado radical”, dice Balboni. Nadie creyó que llegase a circular por carretera. ¿Nadie? Uno sí, claro. Ferruccio Lamborghini encontró maravilloso el trabajo del diseñador de Bertone Marcello Gandini. Y como él era el jefe, decidió darle luz verde.

El carrocero colocó a mano sobre una estructura tubular la carrocería en el invierno 1972/73, en un modelo preserie nombrado 001. Su piel era de aluminio, con un grosor de 1,2 milímetros. Fue el coche originario del que partiría toda la cadena de montaje. Por aquel entonces, ya se llamaba Countach.

El técnico jefe de Lamborghini, Paolo Stanzani, se había traído ese nombre de Turín. Balboni recuerda cómo surgió. Stanzani llegó tarde a una reunión y Bertone ya estaba en su casa. De manera que el conserje de la fábrica le condujo hasta el hangar donde estaba el modelo. Stanzani retiró la sábana que lo cubría para enseñárselo y el conserje no pudo evitar exclamar: “¡Countach!”. En piamontés equivale a “¡toma ya!”.

Muy poco ortodoxo, por tanto, este Countach. Una belleza nada convencional, difícil de conducir, pero fascinante. Nadie que lo vea lo olvida. Al principio su chasis tubular resultó muy blando, sus frenos débiles y su dirección, demasiado indirecta. Pero, como dice Balboni, “el concepto de este coche era perfecto”. Y, en algún momento, este modelo de preserie desapareció. René Leimer, copropietario de Lamborghini en los 70, se lo llevó a Suiza. Allí se perdió su pista. En el año 2000 el modelo reapareció. Raymond Stofer, un apasionado suizo de la marca, no dio crédito cuando se lo encontró de casualidad en una cabaña perdida cubierto por una gruesa capa de polvo. Llamó por teléfono a Balboni, quien reconoció al más antiguo de los apenas 2.000 ejemplares de Countach producidos. “Descubrí todos los detalles de preserie sobre los que tuve que trabajar”. Y se aseguró de que el coche pasara a formar parte de la colección de la fábrica de Lamborghini.

“El camino hasta la cabaña era demasiado estrecho para un camión. Tuve que dejar rodar el Countach cuesta abajo”, recuerda Balboni. Menos mal que el freno de mano todavía funcionaba. Al fin el número 112 001 estaba vivo. La pintura verde era la original y la mecánica, tras un total de 49.000 kilómetros, estaba completamente muerta.

El coche estuvo parado en el museo de la fábrica durante 10 años, pero ahora su motor vuelve a bramar como siempre. Valentino no oculta su entusiasmo al conducirlo: “¡Ese sonido! ¡Ese subir de vueltas! Pero ojo: el Countach es un coche que te exige”. En Italia los coches (macchina) son de género femeninos. Así se hace menos raro enamorarse de ellos. Como Balboni del Countach. “Nuestra vieja reina”, lo llama. La llama. Y es feliz.

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