Prueba del Mercedes Marco Polo 300d 2020

Mi madre dice que tengo un problema: me gusta lo bueno. El coche de esta prueba, el Mercedes Marco Polo 300d 2020, entra en ese saco. Y es que soy un amante, no muy practicante, la verdad, de este tipo de vehículos, las camper, y más si a su versatilidad se suma un toque de elegancia, como es el caso.

Tener un vehículo con el que llevas la casa a cuestas, es un lujo. Sí, una casa de 5.140 m de longitud, 1.928 m de anchura y 1.980 m de altura que equipa de todo: dos camas, ducha, mesa, sofá de dos plazas, asientos delanteros con posibilidad de giro, espejo tocador, armarios, fregadero, nevera, cocina... Equipamiento que más de un hogar querría. Además, todo ello está macerado con materiales de calidad como el cuero perforado de los extremos del volante, los cromados de la consola y algunos botones, la pantalla del sistema de infoentretenimiento tipo tablet o los plásticos acolchados de la parte superior e inferior del salpicadero, de la guantera -detalle a valorar- y de los panales de las puertas.

Potencia para mover esta vivienda móvil tiene como para parar un tren. El Mercedes Marco Polo 2020 de la prueba es el 300 d, por lo que rinde 239 CV a 4.200 rpm. Ayuda su torrente de par motor, 530 Nm, que sale a relucir a muy bajas vueltas: entre las 1.600 y las 2.400 rpm. Se suma el cambio automático de convertidor de par de 9 relaciones, que varía, así como la forma en la que el motor entrega la potencia, dependiendo del modo de conducción escogido: Confort o Sport. A pesar de sus casi dos toneladas y media, se defiende dignamente incluso en subidas muy pronunciadas. Además, tengo que andarme con ojo porque a la mínima la aguja del velocímetro ha sobrepasado con creces los 120 km/h. Y qué valor añadido son sus levas del volante. Lo que veo por el retrovisor izquierdo no es un spoiler activo que se regula con la velocidad, no, es la tapa de la corriente que se levanta al no estar bien fijada. Detalle a mejorar...

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En ciudad también se desenvuelve correctamente porque absorbe muy bien tanto las irregularidades de la calzada como los resaltos -diría que mejor que la Volkswagen California, con un tarado más firme-.

La única pega que le puedo poner en movimiento es el tacto del pedal del freno, que no termina de convencerme, puesto que tiene bastante recorrido hasta que se empieza a apreciar la mordiente de las pinzas. 

Después de un largo paseo entre pinos con el Mercedes, echo el freno. Antes de que anochezca aprovecho para sacar el ordenador y darle un poco a la tecla. Despliego la mesa y fijo la pata; saco una botella de agua bien fría de la nevera y cojo el bocadillo de la mochila: ya tengo los complementos perfectos. Podría hacerme una fabada asturiana, porque fogones hay, para entrar en calor, pero no lo necesito porque su calefacción independiente puede llegar a ser un auténtico horno si así lo deseo.

Después de horas y horas trabajando... y algún que otro vistazo a mi web de deportes favorita y a uno o diez vídeos de Youtube, es hora de acostarme. Puedo elegir, porque tengo la cama superior o la inferior. Llámame Juanito Oiarzabal, pero me gusta 'escalar'. Elijo la de arriba. El mecanismo para abrirla de forma manual parece sencillo, hasta que me encuentro con el primer escollo: las bisagras que sujetan la cama son un incordio porque no hay Dios que pueda quitarlas. Entiendo que se deba a que mi unidad de pruebas del Mercedes Marco Polo está recién estrenada. Sea lo que fuere, prefiero el techo eléctrico, que es mucho más cómodo, pero también, obviamente, mucho más caro.

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Una vez desplegada, tengo para mí un cómodo colchón de espuma de 2,05 x 1,13 metros. Su comodidad, el espacio para los pies -17 centímetros más que la generación anterior gracias al nuevo sistema de bisagras-, junto con la luz de lectura y la temperatura que he elegido, hacen que el habitáculo sea perfecto para devorar la última parte del libro que tengo entre manos. Solo los 55.814 euros que cuesta pueden quitarme el sueño... Buenas noches.