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Ruta 4X4: la paz del Sinaí

Carlos Siles

Tras su feliz revolución, Egipto le da la bienvenida a los visitantes extranjeros. No muy lejos del turístico Mar Rojo, la península del Sinaí te permitirá descubrir los misterios del desierto en esta ruta 4x4.

Comienza esta ruta 4x4 con una noche estrellada que empieza a disiparse, mientras el cielo va tomando un color cautivador. Poco después, el sol se alza sobre las montañas y lo inunda todo con una luz cegadora. Me queda claro, por fin, que ha merecido la pena robarle dos horas y media al sueño para trepar hasta el Monte Sinaí, un lugar de 2.285 metros de altura al que los árabes llaman Gebel Musa. Aquí el viejo Toyota Land Cruiser del guía no habría sido de ninguna ayuda: sólo con el apoyo de un camello y un guía es posible llegar hasta este lugar. En la cima de este monte, cuentan las Escrituras, Dios habló con Moisés y le hizo bajar con las Tablas de los Diez Mandamientos.

El Sinaí se muestra ante el viajero con una sobria belleza donde imperan las cordilleras escarpadas y el horizonte desértico Al pie de la montaña se encuentra el famoso Monasterio de Santa Catalina, que fue fundado en el siglo VI por el emperador Justiniano y que es, hoy en día, uno de las mayores atracciones turísticas de Egipto. Tras la gran revolución que acaba de producirse, los comerciantes se alegran de que sigan llegando turistas. En cualquier caso, la zona del Sinaí no se ha visto demasiado afectada por el cambio, ya que los enclaves más turísticas se encuentran muy protegidas desde hace tiempo.

Lo que no se debe menospreciar en ningún caso son los grandes peligros del desierto: un guía beduino que te lleve más allá del suelo asfaltado resulta imprescindible. El mío se llama Said y no le cuesta ningún trabajo llevar su Toyota Land Cruiser por las polvorientas y laberínticas pistas. El coche no se queja en ningún momento: “Es un coche tremendamente fuerte. Los SUV, que también se han puesto de moda en Egipto, no aguantarían aquí ni un segundo”. Nada más decir esto, un bache que parece un cráter nos estremece de pies a cabeza… así que me creo a pies juntillas lo que dice Said. Tras los zarandeos del camino a través de las montañas del desierto, llega el gran premio: el Cañón Coloreado, que se merece su nombre con justicia.

La garganta, donde abunda el silicato, va cambiando su color debido a la oxidación: se trata del mismo fenómeno que se da en el Gran Cañón de Estados Unidos. Mientras atravesamos los tortuosos caminos de la garganta, Said me señala los misteriosos ojos y figuras con formas de animales que aparecen en las rocas.

A continuación, el viaje rumbo al mar es un auténtico pedregal. A lo largo de toda la Costa de Ágaba se dispersan unos modernos resorts de lujo como el nuevo Taba (www.tabaheights.com), donde el viajero puede tomarse un respiro tras los azotes del desierto. Gracias a las cálidas temperaturas, bañarse en pleno invierno no es ningún problema. A pocos kilómetros de aquí se encuentra la Isla del Faraón, una pequeña ínsula situada a tan sólo 250 metros de la costa. Bucear por los arrecifes de coral que la rodean es uno de los muchos placeres que reserva este lugar coronado en su cima por un castillo del tiempo de las Cruzadas. Es una imponente fortaleza de piedra que recuerda, de algún modo, que los conflictos bélicos también fueron cosa del pasado.

La última parada antes de llegar a Nuweiba es el castillo de Zaman (www.castlezaman.com): lo que parece una ruina medieval resulta ser una construcción moderna hecha con técnicas antiguas, es decir, sin acero ni cemento. Bajo las románticas bóvedas, degusto un menú árabe tradicional, mientras mi imaginación vuela y me lleva a la época de las grandes gestas. Todo el mundo está invitado a disfrutar, aquí, de la magia oriental.

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