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Lamborghini Gallardo Superleggera, Porsche 911 GT3 RS: arde el asfalto

El nuevo Porsche 911 GT3 RS se bate en un duelo sin piedad al Lamborghini Gallardo LP 570-4 Superleggera. El trono está en juego.

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La exaltación de la rabia se llama GT3 RS, la exaltación de la furia, Superleggera. Las siglas RS hacen, sobre la base del GT3, un coche de uso diario pensado para el circuito. El Superleggera es un claro contrincante del Ferrari 458. Estéticamente, la cosa está clara: mientras que el Porsche, que incorpora de serie el paquete Clubsport, tocará en el corazón a los amantes de la competición, los responsables de Lamborghini piensan más en quienes prefieren presumir de cochazo por los elegantes bulevares de su ciudad.

Respeto, miedo, pánico. Así pueden definirse las sensaciones de todo aquel que no se llame Walter Röhrl ante un superdeportivo. Y más cuando se realizó esta comparativa, ya que un frente de frío y lluvia amenazaba Bolonia (Italia) como Atila con su horda de Hunos.

Agacharse, retorcerse. El habitáculo del Superleggera es una cámara estrecha que parece pensada para tipos fibrosos de pequeño tamaño, pero eso sí: el lujo lo ennoblece hasta el último detalle. La piel, el Alcantara y el carbono se ocupan de ello. Y para no aburrir los ojos, coloridos contrastes aquí y allá. Las pinzas de freno están pintadas en un naranja tan llamativo como la carrocería de este misil que parece a punto de ser lanzado.

Superleggera es el apellido que la marca italiana le pone a esta variante, que en Ufficio Tecnico ha sido despojada de 70 kilos de peso. La luna trasera y las ventanillas ya no son de cristal, sino de policarbonato moldeado. Los LED del morro están rodeados de fibra de carbono. También encontrarás este material (laminado, eso sí) en el alerón trasero, los estribos laterales, el difusor de la zaga, el revestimiento de los bajos y la parrilla delantera. Dentro completan la operación unos revestimientos de las puertas aligerados, asientos superfinos y una consola adelgazada. El resultado de la dieta: 1.340 kilos de peso.

El Lamborghini, a pesar de esta cura de adelgazamiento, no ha tenido que renunciar a nada; el Porsche es directamente un coche de carreras con licencia para carretera.

La bonita carrocería del alemán ha sido vaciada hasta dejar únicamente lo imprescindible. Nada de climatizador, asientos traseros, radio o cierre centralizado. En lugar de eso, barras antivuelco, puertas aligeradas, una consola central de plástico y un volante aligerado y espartano. En conjunto, con el alerón trasero adelgazado y los silenciadores Titan del escape, el coche baja su peso hasta los 1.395 kilos.

Los asientos atornillados de ambos modelos garantizan un dolor de riñones que perdurará el resto del día. Los volantes apenas llegan a tres vueltas entre tope y tope. Y los motores de las dos bestias giran hasta el infinito como dos perros de presa que pugnan por liberarse de su correa, emitiendo un sonido tan embriagador como escalofriante con el que un Ferrari 08/15 solo podría soñar.

En el interior del exiguo vano motor del GT3 RS brama desatado un 3,8 litros bóxer que ofrece 450 CV a 7.900 vueltas apoyado en un cambio de seis marchas. Los 15 CV que le gana al modelo original se los debemos a unos conductos de aire de mayor sección y menor presión dinámica. El par máximo permanece en 430 Nm, pero ahora a 6.750 rpm, con lo que le saca 500 vueltas extra. En cuanto al 0 a 100 km/h, aventaja en una décima hasta quedarse en los 4 segundos. La velocidad máxima, por culpa del faldón delantero y la “voraz” transmisión, baja de 312 km/h a 310 km/h.

El Gallardo se luce más sobre el papel, ya que cuenta con mejor armamento que el Porsche: 10 cilindros en lugar de 6 y 5,2 litros en lugar de 3,8, que le aportan 570 CV de potencia y 540 Nm de par máximo. Los 10 CV de más que le otorga la reprogramación le permiten a esta machina molto bruta alcanzar los 100 km/h desde parado en 3,4 segundos y seguir acelerando hasta alcanzar su velocidad máxima de 325 km/h. Por supuesto, aprovecha en el arranque el elevado grip que le confiere su tracción integral y su rapidísimo cambio E-Gear. Y todo esto le lleva a arrasar también en el 0 a 200 km/h, donde aventaja al alemán en 1,4 segundos.

El Porsche es una fascinante combinación de lo arcaico y lo extático. Arcaico por su embrague, que es como pisar un muro de hormigón, por la respuesta casi hasta tosca de su motor y el durísimo tacto de sus frenos. Extático por el sonido de sierra radial que desprenden sus seis cilindros, su intuitiva dirección, que comunica hasta en las puntas de los dedos y su chasis perfectamente ajustado.

Su rodar es espontáneo, directo y transparente. Su cambio, con relaciones muy cortas y el motor, con una abrumadora capacidad para subir de vueltas, completan un conjunto cuyo único objetivo es subirte las dosis de adrenalina. ¿Aún quieres más fuerza? Solo tienes que pulsar el botón Sport y recibirás 35Nm extra entre 3.000 y 6.000 rpm.

El Superleggera se presenta más complaciente que el GT3 RS. Sistema de navegación, equipo de sonido, levas en el volante, ordenador de abordo, modo automático… No le falta de nada. Pero que no te lleve a engaño: a este toro hay que cogerlo por los cuernos. Por ejemplo, cuando pulsas el botón Corsa y desactivas el control de estabilidad. Ya desde el principio parece como si un escalofrío recorriese el chasis monocasco, el latigazo a 8.400 rpm te dejará un leve trauma en la parte trasera de tu cráneo, los neumáticos Pirelli dejan en cada cambio de marcha su impronta sobre el asfalto si pisas a fondo.

El Porsche tiene un tarado muy rígido, pero su ultraligero tren delantero mantiene las formas. El Gallardo, por su parte, tiene un rodar más firme, lo que no quita que reaccione nervioso; parece que está continuamente a punto de saltar sobre su presa.

Suena caótico, pero basta con fijarse en esta sencilla regla de tres: vías anchas, batalla larga y un punto de gravedad bajo. Mientras que el GT3 RS se vale de un juego de ruedas más grande detrás (325/30 R 19) para dominar las reacciones de la bestia, el signore Gallardo calza unas suelas más discretas (295/30 R19). Y al final logra un guiado preciso, potencia por trayectoria es igual al trazo ideal en todas y cada una de las curvas.

Muy diferente al volátil 911, en el que la inscripción roja de la carrocería hace honor a su comportamiento, con un reparto de pesos precario que se compensa con una sobresaliente estabilidad de su dirección. Eso sí: para catar sus límites, te hará falta mucho espacio en el circuito, mucha valentía y mucha confianza en la relación agarre-empuje-ángulo de giro.

¿Respeto? Claro. Sobre el papel, este Porsche desnudo de Zuffenhausen cuesta 164.578 euros, el salvaje de color naranja de Sant’Agata parte de los 229.336. El precio incluye de serie la subida de pulsaciones y el sudor en la frente y la espalda.

¿Miedo? Solo durante los último 25 kilómetros de la prueba, en los que empezó a llover copiosamente.

¿Pánico? Total, cuando por el espejo del italiano advertí las increíbles cruzadas de mi contrincante alemán.

Al final, nos santiguamos un par de veces, pedimos un par de Campari con soda y decidimos que no había un ganador en esta prueba. Porque, más que nada, no hay un claro perdedor. Es imposible.

El Porsche es un latente desafío, una permanente provocación, una lucha constante contra el propio ego, saca el salvaje que todos llevamos dentro. El Lamborghini es un dandi con maneras de cuchillo afilado y genes de superdeportivo, un artista con tracción integral, un Usain Bolt hasta arriba de colonia Armani. Ambos son dos deliciosas locuras que superan en 30.000 euros a sus modelos de origen, el GT3 y el Gallardo LP 560-4. Son maravillosos. De verdad.

CONCLUSIÓN
¿A quién se le ocurre? El GT3 RS es aún más ruidoso y llamativo que el Superleggera. Pero el Gallardo es más fuerte, más brutal y claramente más rápido. Los dos son fascinantes: el sorprendentemente manejable nueveonce y el noble, hasta llegar a su límite, Lambo. Dos coches que despiertan en ti ese gozoso dolor de barriga al pilotarlos.

Fotos: G. Pajo

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