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Prueba del Mazda CX-3 1.5 Skyactiv-D 105

Descubrimos si la variante diésel con cambio automático merece la pena.

Aquí estoy, ante uno de los modelos que mejor me entran por los ojos y con las llaves en la mano. Entro al habitáculo y enseguida me acomodo. Como se trata de la versión Luxury, la segunda por arriba, disfruto de unos asientos mixtos de cuero y tela que me gustan por mullido, tamaño y forma, por lo que la primera sensación es positiva.

Llama la atención que el grueso de los botones se centra en el volante: de hecho, en la consola central solo tienes tres ruletas que accionan el climatizador y que son algo toscas en relación a lo refinado de ciertos elementos de diseño. Igual que con las líneas de fuera, es cuestión gustos, claro está. Además, no he encontrado demasiadas pegas a su manejo, al contrario que con algún que otro modelo que apuesta todo a una pantalla con una usabilidad más que discutible

Me dejo de juegos y presiono el botón de arranque. ¡Un momento! ¿Qué es eso que suena? ¿De verdad que un 1.5 puede montar semejante escándalo? Me esperaba algo más refinado; quizá sea falta de aislamiento en la zona del motor, pero lo cierto es que se deja notar más de la cuenta.

Pongo la palanca en D y presiono el acelerador. De nuevo tuerzo el gesto. Me da la sensación de que el acelerador no está conectado al motor: pisas y aquello no parece ganar revoluciones. Mi compañero Raúl Salinas, que también ha conducido el coche, me confirma esta sensación más tarde: él prefiere el cambio manual, que es mucho más inmediato. Es decir, que la clave está en la caja: quien opte por este automático no debería esperar una aceleración brillante, sino suavidad de marcha y, de paso, cero tirones en aceleración al empezar a moverte.

Pero lo cierto es que si te tomas las cosas con calma, te acabas acostumbrando y no le das mayor importancia: tampoco vas a ir por la vida haciéndote puertos o track days: lo suyo son los trayectos cotidianos, donde cumple de sobra.

Por ejemplo, en ciudad engrana cuarta justo antes de llegar a 50, por lo que bajas el régimen y, de paso, el consumo. Si pisas con decisión te encuentras de nuevo con la falta de carácter de la caja. Al menos,  en las reducciones incluso da un golpe de gas al estilo de un punta-tacón. 

Por cierto, en marcha el motor apenas molesta. Es cierto que sigue estando presente, pero no tanto como al ralentí o en frío. A 120, que circulas a poco más de 2.200 rpm, no es mucho más escandaloso que cualquier modelo de la competencia.

Pero lo cierto es que no te vas a aburrir de conducirlo. Su puesta a punto está por encima de la media: en una carretera de curvas disfrutas de una dirección más que correcta y unos frenos que cumplen. Además, monta unos Toyo Proxes que pueden con el CX-3 de sobra. Otra cosa es lo idóneo de su elección: tienen un perfil de 50, así que no se puede decir que el elemento elástico del flanco sea muy abundante, por lo que vas a notar bastante las irregularidades de la carretera. Esto también se amplifica por el tarado de la suspensión, que es muy firme en el eje trasero. Esto está muy bien cuando sales a carretera abierta, pero en ciudad, con los badenes y demás reductores de velocidad, resulta molesto.

Valoración

Nota7

Aquí tienes la prueba del Mazda CX-3 Skyactiv-D con 150 CV y cambio automático. El motor es bueno y gasta poco, pero el cambio automático ensombrece el conjunto.

Lo mejor

Asientos cómodos. Suavidad de marcha. Consumo bajo.

Lo peor

Algunos mandos de control algo toscos. Motor ruidoso. Cambio automático

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