Los coches diésel están un poco de capa caída de cara a la opinión pública, pero siguen siendo la opción más popular para aquellos que hacen muchos kilómetros con su vehículo. Dado que el volumen de sus usuarios es tan alto, resulta interesante saber cuál es el truco con el que se pueden evitar sus averías más costosas.

Por citar las que más peligro tienen, podemos señalar tres: el filtro antipartículas (FAP), la válvula EGR y el turbo. Aunque para mantenerlos en forma cada uno necesita ciertas peculiaridades, en términos generales hay una guía que funciona para todos ellos.

Un hábito muy recomendable para mantener el buen estado de salud de un coche diésel es el de conducirlo de una manera equilibrada que combine tramos de mayor exigencia con el uso habitual que se les suele dar a estos vehículos, que tiende a ser el de una conducción tranquila a bajas revoluciones.

Si solo se conduce de esta última manera, se producen problemas como el atasco del turbo compresor o una acumulación excesiva de partículas en el FAP que se quedan sin incinerar, lo que hace que su periodo de regeneración no se pueda llevar a cabo.

Es por eso que resulta muy recomendable salir de la ciudad y conducir por carretera abierta y/o autopistas y autovías. Eso sí, no hay que hacerlo en la marcha más larga, puesto que en ese caso no se “forzará” el motor. 

La clave está en circular durante un periodo más o menos largo (de unos 15 minutos al menos) en un régimen de revoluciones de entre 2.000 y 3.000 rpm. Esto hará que los sistemas operen a una temperatura mayor que ayudará a limpiarlos y a regenerarlos.

Es conveniente hacerlo de manera regular para evitar problemas y es que los tres elementos mencionados, si no funcionan como deben, afectan negativamente al rendimiento del coche y en casos extremos pueden provocar averías muy graves, como puede ser la retroalimentación del motor, que puede acabar con él en cuestión de minutos.