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De paseo por los canales de Venecia

De paseo por los canales de Venecia
¿Cómo convertirse en una estrella, en una de las ciudades más bellas del mundo? Muy sencillo: con un coche anfibio rojo. Un amante de los vehículos flotantes se atrevió con lo imposible. Los canales de Venecia vivieron un acontecimiento poco usual, en el que cientos de personas pudieron disfrutar de un clásico un tanto particular. AUTO BILD se apuntó a esta nueva experiencia sin dudarlo un sólo segundo.

¿Cómo convertirse en una estrella en una de las ciudades más bellas del mundo? Muy sencillo: con un coche anfibio rojo. Un amante de los vehículos flotantes se atrevió con lo imposible. Los canales de Venecia vivió un acontecimiento poco usual, donde cientos de personas pudieron disfrutar de un clásico un tanto particular. A esta nueva aventura y experiencia, AUTO BILD se apuntó sin dudarlo un sólo segundo.

Jueves por la mañana, poco después del amanecer, en el puerto de Venecia. Tres hombres le dan vueltas a un extraño coche rojo. “¿Y esta cosa flota?” Matteo sube incrédulo sus grandes cejas. “Pero si parece una ‘macchina’ (‘coche’ en italiano)”. “Bueno, vale, tiene cuatro ruedas...” Su diseño no es precisamente un
 Pininfarina, pero su dueño tampoco es que vaya de 
Dolce & Gabbana; en lugar de traje, una camisa de marinero y unos vaqueros son su indumentaria.

El bólido rojo: en carretera, el coche anfibio llega a los 120 km/h

Matteo se agacha e inspecciona los bajos. “Es un barco, ¿verdad?”; “no, es 
un coche anfibio de 1963”. Una perla de la ingeniería que a lo mejor se quedó en dique seco mucho antes de tiempo. Su inventor fue el alemán Hanns Trippel, que ya construía el coche flotante cuando muchos aún sudaban en un bote de remos. El coche pertenece al berlinés Bernd Weise, quien tiene un curioso objetivo: circular por los canales de Venecia.

Sí, ¡Venecia! Con un coche anfibio por una ciudad en la que hay semáforos, pero en lugar de asfalto hay un montón de vías fluviales. Y para eso necesita a Matteo. “Como quieras. Yo te meto, pero navegar, navegas tú”. Luego todo ocurre muy rápido. Se pone la gorra de capitán, la cuerda para remolcar en un asa bajo el coche, iza la bandera italiana en la luz de posición y prepara las amarras. ¿Salvavidas? No hay. No importa, el Gran Canal tampoco es 
tan profundo.

Ahora ya sólo queda cerrar las puertas con los dos cerrojos y pulsar el botón de arranque. El motor comienza a susurrar; Weise se dirige a la tabla de madera de 5 m2. Se coloca muy delante porque el peso está atrás, en el motor. La grúa eleva con cuidado el coche flotante de 1.050 kg y lo mete en el agua. Matteo no respira. En el agua se forman las olas, primero llegan a los neumáticos y luego a las puertas. Pero, ¡milagro! Las juntas de goma aguantan. Al coche no le entra agua.
Está flotando.

Único: un paseo en descapotable por el Gran Canal.
En el puerto de Venecia comienza el recorrido

Matteo no se lo puede creer. ¿Una pieza tan rara de la historia automovilística alemana en agua salada? Weise echa todas las dudas por la borda: “Todo lo terrestre está pensado para que se gaste. Estas cosas se diseñan para que
sean usadas”. Dicho esto, empuja la palanca situada a sus pies hacía adelante: ¡Venecia, allá vamos! Saca relajado su brazo por la ventana mientras el coche-barco se dirige tranquilo hacía la suave luz del amanecer de la ciudad de las lagunas.

Un llavero nada común para un vehículo fuera de lo normal: proviene de una botella de champán que Weise abrió para la botadura del coche anfibio. Ahora, el corcho sirve de llavero de recuerdo

A estas horas, Venecia es de los residentes. Hay prisa por transportar flores, cerveza, ropa y vino en barcas por los canales. Entre ellas, los vaporetto llenos de gente de negocios. Es la hora punta en Venecia. Y, de pronto, Weise con su
hidromóvil rojo.

Los trajeados dejan caer sus maletines, sacan el iPhone. Otros gritan: “Sí, ciao, ciao” al teléfono para poder cambiar rápidamente al modo cámara. Las modernísimas gafas de sol de los gondoleros se van deslizando una tras otra a la punta de la nariz. Los panaderos y los obreros saludan, los taxis venecianos y los barcos a motor de madera noble giran rápidamente  para la imagen perfecta. En todas partes se ve a gente ladeando la cabeza, con la boca abierta, flashes. Se ha decretado el estado de excepción en el Gran Canal. Ya podría pasar por ahí
 Angelina Jolie que nadie se daría cuenta.

Paradas: el camarero del hotel de lujo Gritti acerca dos expresos al coche

Así, el capitán Weise está ajetreado intentando esquivar a los mirones. No es tan fácil ya que el coche flotante no es precisamente sencillo de maniobrar. “El coche anfibio no es ni el coche perfecto ni el barco perfecto. “Su encanto reside en la combinación de ambos conceptos”, explica Weise. Está encantado: “Si me meto en un banco de arena puedo meter primera y salir”. 
Ah, vale.

Ay, madre mía: en vez de la velocidad punta de 12 km/h, este barquito tan sólo consigue cuatro; hay demasiado tráfico. Pero la espuma de las olas sí que sube peligrosamente por la zaga. ¿Peligro para el cuatro cilindros con 38 CV de potencia proviniente del
 Triumph Herald? A Weise parece no importarle: los alerones traseros del coche anfibio no sólo son bonitos, sino que actúan de rompeolas y protegen al motor del agua rebosante.

Weise se dirige al puente Rialto. En la popa aparece el famoso Palazzo Vendramin Calergi en el que murió Richard Wagner y que hoy alberga un casino. En la terraza de un hotel se sienta una señora con un sombrero de lo más llamativo, y se le cae la tostada de mermelada cuando ve el coche anfibio. Ya llega el puente Rialto. Docenas de turistas saludan y hacen fotos como si estuvieran celebrando la reencarnación del tenor Luciano Pavarotti.

Un coche anfibio haciendo de modelo: algo así no lo ven los venecianos todos los días. Rápidamente, sacan la cámara

Al capitán no le inquieta nada de esto. O, al menos, no lo demuestra. Le interesa mucho más donde vive la familia Agnelli (Fiat). “¿En el Palazzo Grassi? ¡Anda! ¿Atracamos ahí un momento?” No, los Agnelli se mudaron hace cinco años a otro lado. Qué pena.

Bueno, pero nos encontramos a Fabio Zani, el gondolero más rápido de toda Venecia. ¿Hace una carrera? La intención acaba rápidamente en el Palacio Dogen, situado en la Plaza de San Marcos, el lugar donde las góndolas transportan a japoneses 
en masa.

Amphicar 770 (1961-1965): 38CV, velocidad máxima en el agua:12 km/h, precio: 10.000-40.000 euros

Góndola (desde el siglo XI): velocidad máxima en el agua: 10,5 km/h, precio: 25.000 euros

Aparcar genera sudores en muchos conductores, incluso en los más experimentados. En esta ocasión, también surge un problema; la maniobra de atraque se torna un poco complicada porque el coche anfibio no tiene ni timón ni fueraborda. Weise sólo puede dirigir las ruedas delanteras, y el radio de giro de hasta 35 metros complica el aparcamiento entre los pilares que se encuentran muy juntos lo convierte en una maniobra peligrosa. Se presiente la tragedia... Y, ¡pumba! El piloto trasero derecho ha recibido un golpe. Un daño por valor de 30 euros. No hay problema: “Tenemos suficientes de esos en el club”. La huella del tronco de madera sobre la puerta del conductor tampoco le molesta mucho a nuestro capitán; ¿por qué enfadarse por esas cosas cuando se acaba de conquistar una ciudad como Venecia con un coche anfibio?

Y todo con el beneplácito de la policía: permiso de conducción, licencia motora y permiso de circulación del puerto excepcionalmente expedida para AUTO BILD. ¡Bellissimo! Ésta poco convencional vuelta es totalmente legal. ¿Y qué pasa con el coche dañado, quiero decir, con el barco?

“De todos modos quería ponerle unos pilotos nuevos”, dice Weise mientras se va. La velocidad del anfibio relaja. ¿O será la tranquilidad de Venecia? 

Control policial: los agentes comprueban los papeles de Bernd Weise. “Tutto bene”, puede seguir gondoleando    

La historia del coche anfibio  

Dos hombres hicieron posible el coche anfibio: los pioneros fueron Hans Trippel (1908-2001) y el industrial Harald Quandt (1921-1967). En 1961,
Quandt dio la orden de comenzar con la producción del coche anfibio en Berlín, pero los inicialmente planeados 25.000 ejemplares eran una utopía. El coche anfibio era demasiado caro (10.500 marcos alemanes; unos 5.250 euros) y delicado  -con tan sólo cinco horas en el agua había que engrasarlo-. Además, no había mucha demanda, y se advertía del riesgo de las excursiones en agua salada. El año exacto de su construcción y las cifras de ventas se pierden en la historia: los expertos hablan de 2.500 y 3.000 ejemplares y del fin de la producción en el año 1965.

El inventor del coche anfibio: Hans Trippel

Otros coches que también saben nadar

Desde 1899, los constructores han soñado con un coche que nadase. El danés
 Magrelen fue el primero, aunque lamentablemente no se sabe si sus ingeniosos planes dieron su fruto. El modelo 166 de Ferdinand Porsche hizo historia en la guerra, aunque el coche anfibio fue un fracaso como lo fue más tarde el
 Amphi Ranger. La creación flotante más reciente sobre cuatro ruedas es el ejemplar único sQuba de los suizos Rinspeed. No sólo sabe nadar, también bucear...

El sQuba de Rinspeed sabe hasta bucear

El anfibio AAV (1998), de la marina estadounidense

Otro vehículo anfibio americano: el LARC (1996)

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