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Los yanquis y el show-business

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Cada día me sorprenden más los Estados Unidos de América. Y es que solo allí son capaces de tener una visión del negocio de la cual carecemos en Europa. El show-business es allí una industria en sí misma, y como tal lo aplican a todo, sobre todo en el deporte: la NBA, la Nascar... o incluso en la propia calle.

En Boston, por ejemplo, han sabido sacarle todo el partido a sus viejos vehículos y convertirlos en pura atracción, no solo visual. Por una parte, han transformado los antiguos anfibios que utilizaron en la Segunda Guerra Mundial en vehículos para hacer visitas panorámicas a la ciudad y luego adentrarse en el río Charles.

Los yanquis y el show-business

Por otra, le han practicado un curioso restyling (los han convertido en descapotables) a los espectaculares camiones de bomberos ya jubilados y ahora los puedes alquilar y darte garbeos con ellos.

Los yanquis y el show-business


Sin embargo lo más sorprendente son los propios estadounidenses. La semana pasada acompañé a Chevrolet, patrocinador oficial de la Selección Española de Fútbol, a ver jugar a La Roja frente a la Selección de EEUU en el Gillette Stadium, hogar de los New England Patriots (equipo de fútbol americano). Acostumbrado como nos tienen los yanquis a que sus tres siglas (U-S-A) estén por encima de todo, me temía encontrarme una apisonadora patriótica en los aledaños del estadio, banderas con las barras y estrellas por doquier y el himno estadounidense sonando atronadoramente en todo momento. Pero me tuve que comer mis palabras por haber sido víctima una vez más de los estúpidos estereotipos.

Para empezar, me topé con una enorme masa de nativos gastando la camiseta de la selección española. Simplemente impresionante. Yo no me imagino que eso ocurriera en España de producirse el mismo encuentro. Porque una cosa es vestir prendas de Tommy Hilfiger, Ralph Lauren o Abercrombie & Fitch, y otra muy distinta es asistir a un partido de fútbol (soccer, como lo llaman por esos lares) que enfrente a tu país y un equipo extranjero, en este caso, los Estates, y siendo español te pongas camiseta con las barras y estrellas. En resumen: tienes todos los boletos para llevarte una buena galleta carpetovetónica... Pero allí no. Ahí había miles de yanquis tan pichis con su camiseta de la Selección y recibiéndonos con alegría al ver a españoles en su territorio. Ni Berlanga lo hubiera hecho mejor...

Eso no quiere decir que no hubiera también otra masa enorme de acérrimos patriotas yanquis gritando cada dos por tres "yu-es-ei, yu-es-ei, yu-es-ei, yu-es-ei" (USA en inglés, por si alguien no me pilla). Eso sí, en cuanto le cayó el tercer chicharro a los yanquis, curiosamente se dejó de escuchar el  "yu-es-ei", la gente se relajó y se dedicó a lo que más le gusta: comer, comer y comer. El partido ya era secundario, pues cada dos por tres se levantaba alguien a por su cervecita, su enorme porción de pizza o un tonel de palomitas grasientas.

Y en cuanto terminó el partido, otra sorpresa más: en el aparcamiento, donde en España sería habitual encontrarse a gente haciendo botellón y ahogando las penas en vasos de calimocho, muchos yanquis sacaron su superbarbacoa portátil y se pusieron a hacer carnaza a la parrilla. Y del 0-4, con el estómago lleno, no se acordaba ya nadie...

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Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no tienen por qué coincidir necesaria o exactamente con la posición de Axel Springer o Auto Bild España.

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