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La venganza de "Kia"

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Cerca de mi casa hay un desguace y una marisquería. Allí suelen apostarse a horas intempestivas las fuerzas del orden, alcoholímetro en mano. Aunque no me da miedo que me pidan la documentación o me hagan soplar (nunca llevo en sangre ni medio mililitro de alcohol, ¡pero a esa hora uno lo que quiere es teletransportarse a la cama!), me gusta sacrificar 10 minutos de sueño, pasar por allí, doblar la esquina de la marisquería y recalar a oscuras en la puerta del desguace. ¿La razón de este acto de masoquismo vial? Ver qué coches viejos han llegado en grúa fuera del horario comercial, antes de que el lunes los achatarren para siempre.

El pasado viernes a las tres de la mañana, una curiosísima ranchera Seat del 79 en buen estado de carrocería y pelada de interiores pedía auxilio sobre una grúa aparcada. Después de trepar a consolarla y darme cuenta de que era insalvable, giré la cabeza en busca de aprobación, cuando vi que las puertas de mi coche estaban abiertas y mi resignada acompañante de intempestivas aventuras chatarreras había desparecido del asiento derecho. ¡Horror! Tras unos segundos de verdadera preocupación y ladridos de perro cada vez más cercanos, la hallé por fin junto al contenedor de desperdicios de la marisquería, pasándoselo en grande con unos gatitos saltarines de mes y medio que buscaban entre las bolsas restos para llenar sus minúsculas tripas.

- “Miiiiira, ¡qué ricos! ¿Puedo llevarme uno a casa? ¿Puedo, puedo, puedo…?”.
 Yo no entendía cómo mi hallazgo de óxido había dejado indiferente a mi santa. Pero aún menos que pretendiera meter en la paz de nuestro hogar-dulce-hogar a una de aquellas peludas máquinas de comerse cortinas y sofás. ¿Dónde caben dos caben tres? ¡Qué daño han hecho algunos anuncios de la tele!
- “Cariño, creo que no es una buena idea, blablá, blablá, blablá…”.
- “¡Claro, tú puedes presentarte en casa cuando te da la gana con un 124 y yo no puedo meter a un ser vivo con carita de bueno, ¿no? ¡m, m, M!”, repuso ella más erizada que un gato enfadado.

 

Su argumento era bueno, lo reconozco, pero yo hablaba de metros cuadrados, libertad individual, posibles enfermedades fruto de un empacho de cáscaras de langostinos… 

 
La tranquilidad duró menos de 24 horas. Al día siguiente, dando un paseo a pata por la tarde, conscientemente alejados de desguaces, talleres, pescaderías, fábricas de ovillos de lana y todo aquello que pueda recordar a... ¡ESO! que estaba trepando por la pierna de mi malhumorada –y ahora feliz- pareja: una gatita tricolor de un par de meses, mitad común europeo mitad persa, que nos iba a adoptar para siempre en aquel preciso y anodino instante. Así es. Tú crees que eres dueño de tu vida, hasta que te das cuenta de que los coches definen a sus conductores, los perros sacan a pasear a sus amos y los gatos le adoptan a uno, con mimos, carantoñas y ronroneos.
 

-“Ok”, bufé felino, “haz lo que quieras, pero me niego a llamarla Miau, ponerle un nombre en inglés, uno de persona o cualquiera de esos cursis que acaban por –i".
- “¿Cómo se llama la calle donde ha aparecido?”
- “Tulipán, y me suena a margarina para niños. Así que, ¡tampoco!”
- “¿Y ese monovolumen bajo el que ha salido?”
- “Es un Kia Carens y, para un ser vivo, Carens no me gusta. Es un nombre que me suena a culebrón venezolano o a la madre de Alf, aquel marciano ochentero de la tele que, por cierto, ¡se alimentaba de gatos!”, dije a la desesperada, enseñando las uñas por última vez.
- “¡Kia me gusta!”
 

Pues nada, después de años convenciendo a mi santa de que es mejor gastar los ahorros en recambios para un 600 que en pienso para gatos, aquí estoy en el portátil del salón, mordisqueado por una juerguista peluda con nombre de coche, amante de la velocidad inadecuada, los derrapes por el parqué y gran aficionada a bautizar sobre el teclado del portátil a unos cuantos volcanes islandeses cada vez que se me ocurre adelantar trabajo. “Jsojloiahfihflh, 45¨ÇRF^*o” acaba de escribir ella antes de perseguir una mosca. Supongo que esto es la venganza póstuma de todos los gatos no adoptados de la zona... Es la venganza de Kia.


 

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no tienen por qué coincidir necesaria o exactamente con la posición de Axel Springer o Auto Bild España.

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