¡Sonríe, cagaprisas!

Para los que vivimos en una ciudad invivible pero insustiuible como Madrid, salir de la Villa y Corte supone adentrarse en un mundo en el que todo parece marchar a ritmo extremadamente lento. Hace unos días me encontraba en un pequeño pueblo de la costa granadina donde la vida es vida. Es todo un gustazo abrir la ventana, ver el mar, ir a un bar a tomarte una cañita... ¡y ponerte de los nervios porque está tardando en servírtela más de un minuto! "Tranquilo, Speedy Gonzalez, que ya llega", me espetó el camarero con su gracejo andaluz. La refrescante cerveza aplacó mi ira.

Pero al día siguiente, cuando cogí el coche para hacer un recado, lejos de seguir contagiado de ese ambiente de aplatanamiento que provoca el Mediterráneo, volví a sacar a flote en el cagaprisas que llevo dentro. El motivo: al volante del vehículo que tenía delante iba un oriundo que circulaba a paso de tortuga. Malhumorado y a punto de subirme por las paredes como Spiderman, me agarré al volante como un poseso mientras echaba pestes por la boca. Para mayor escarnio, cuando nos acercábamos a un semáforo que estaba a punto de tornar a rojo, el coche tortuga se saltó el disco y yo me quedé con esa cara de tonto que aparece cuando te hacen la 12-13. Mis gritos de rabia y los improperios se debieron escuchar hasta en Sebastopol.

Fue entonces cuando me paré a pensar en lo ridículo y exagerado de mi comportamiento. Y me dije: "Vamos a ver, ¿tan grave es? Cambia el chip, cagaprisas, y cabréate por algo que valga la pena. Y sonríe, que la vida son dos días..."

Recientemente tuve conocimiento de un vídeo de Hyundai con motivo de la celebración del Mundial de Sudáfrica en el que no se habla ni de coches ni de millonarios en pantalón corto dándole patadas a un balón; es un maravilloso mensaje de esperanza que viene muy a cuento con mi actitud descrita líneas más arriba. Te recomiendo que lo veas: es toda una lección vital.