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Duelo salvaje: Audi TT RS vs Chevrolet Corvette Stingray

Si atendiéramos a la razón, tal vez el TT RS ganaría esta comparativa. Pero aquí solo nos fijamos en la eficacia pura en circuito. En este duelo salvaje del Audi TT RS vs Chevrolet Corvette Stingray, el americano no se lo pone nada fácil al alemán. ¿Cuál llega antes a la meta? Sigue leyendo y lo descubrirás.

Motorizaciones comparadas:

¿Justin Bieber o Bruce Springsteen? Hay una cosa indudable: quien va al concierto de uno, no va al concierto del otro. El primero hace un pop limpio, tal vez demasiado perfecto y comercial. El segundo, un rock americano y rudo. ¿Ya sabes cuál de estos modelos pega con cada cantante? Vamos a probarlos para aclararte las ideas. Duelo salvaje: Audi TT RS vs Chevrolet Corvette Stingray.

El Audi TT RS puede parecer algo "popero" exteriormente, con ese diseño tan atractivo, capaz de brillar en un circuito y al mismo tiempo en un elegante bulevar. Pero ojo: bajo el capó esconde mucho rock and roll: el apreciadísimo y mítico cinco cilindros de la marca, recién puesto al día. Pero claro, enfrente tiene al "Boss", recién llegado de América, con su portentoso V8 pidiendo guerra y una carrocería hipermusculada. Esto sí que es rock en estado puro.

El motor del Audi TT RS es capaz de pasar, eso sí, del pop al rock: su cinco cilindros retumba y ruge como si fuera un bloque más grande. Muy acorde con su poderío: en su última versión, rinde 400 CV. ¿Resultado? Acelera de 0 a 100 km/h en menos de cuatro segundos, y si optas por suprimir el limitador, alcanza los 280 km/h. Suficientes para ganarse a su público desde el mismo arranque del "concierto". El Chevrolet Corvette Stingray también sabe imponerse en el escenario: 466 CV y un sonido auténtico de V8 que te pone lo pelos de punta desde los primeros compases. No es para menos: ¡6,2 litros de cilindrada! Así suena, y así ataca a tus tímpanos. Aunque tanto poderío no se refleja en las prestaciones: acelera de 0 a 100 km/h en siete segundos más que su rival (4,3 segundos), que también los supera en el 0 a 200 y las recuperaciones. El hecho de que el europeo juegue la baza de la tracción integral frente a la propulsión del americano tiene mucho que ver en esto. 

¡Enfrentamos al TT RS contra su antepasado!

Los probamos en el Contidrom de Hanóver, un circuito en el que podemos exprimirlos a placer. El Audi llega con muy buenas cartas. Sale de las curvas cerradas con una fuerza y aplomo abrumadores, gracias a su tracción quattro variable. Afronto las dos largas rectas con decisión, en las que supero los 200 km/h, y aquí tiene que ver mucho el rápido funcionamiento de su caja automática de doble embrague. Entro de lleno en una amplia curva a la izquierda, y aquí el firme tarado del chasis debería contrarrestar con éxito el efecto de la fuerza centrífuga. Pero no hay que olvidar que este bólido arroja casi 1,5 toneladas a la báscula, y la mayor parte del peso recae en el eje delantero, por eso la respuesta no es lo equilibrada que uno espera y las ruedas anteriores sudan lo suyo para evitar que el coche apunte hacia el exterior de la curva. Y el conductor, también, claro. 

No ayuda un tacto de la dirección algo difuso, por eso el piloto no puede anticipar con precisión en qué momento el coche va a empezar a subvirar. Aún peor: ocasionalmente, el cambio DSG se "atasca" en modo Sport, lo que da lugar, al límite, a unas inserciones indolentes que pierden su fluidez. Aun llevando frenos cerámicos al pedal le falta tacto y en frenadas a fondo la zaga se vuelve algo nerviosa. A cambio, hay un aspecto intachable: su TFSI. Poderoso, con un mínimo receso del turbo, sube de vueltas con increíble avidez, y tiene el sabor que uno espera del "clásico" cinco cilindros. Una delicia. 

Pero claro, su poderío queda eclipsado frente al Chevrolet y su monstruosa cilindrada. El V8 es un motor inmisericorde. Basta acariciar el acelerador para salir literalmente catapultado. Y da igual en la marcha que vayas. El cambio mecánico de siete velocidades es manual, con una palanca que requiere movimientos firmes y decididos. El Corvette es una experiencia sensorial: vibra, atruena, todo se siente directamente unido al asfalto, cada mínimo movimiento del volante o la palanca del cambio implica una reacción descomunal del descomunal conjunto. 

La dirección y el pedal del freno son increíblemente comunicativos, y el chasis, muy estable: el eje delantero se agarra con uñas y dientes, la zaga desliza lo justo para colocar al coche en su sitio en cada giro. Toma las curvas con mucha neutralidad, los frenos detienen con poderío, el gas responde al instante en cada salida. Así es como debe ser un deportivo de raza. 

Y claro, ahí está el resultado: aunque hemos medido prestaciones peores, el Stingray le ha dado un baño al TT RS en circuito: 1,4 segundos más rápido por vuelta. Es, si nos atenemos a eficacia pura, el "Boss" de esta comparativa.

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