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Un día en la NASCAR

Un día en la NASCAR
En Estados Unidos, el deporte es siempre espectáculo. Y el automovilismo no lo es menos. ¿Crees que una carrera dando vueltas en un óvalo sin que haya una sola chicane es aburrido? Estás equivocado. Un ambiente espectacular y un público a pie de pista son dos argumentos para disfrutar de la NASCAR. AUTOBILD.ES asiste a una carrera y te cuenta su experiencia.

A pesar de que yo era un mocoso con las hormonas aceleradas, recuerdo perfectamente cuando se estrenó la película ‘Días de trueno’, con un Tom Cruise que aún no había abrazado la Iglesia de la Cienciología y una Nicole Kidman que estaba para abrazarla y lo que se terciara. Bien es cierto que esta secuela de ‘Top Gun’ –en la que los cazas cedían el testigo a los coches de la Nascar– es la típica americanada que en Europa nos tragamos muchos sin rechistar, pero sí da una idea de cómo son las carreras automovilísticas en Estados Unidos: muy entretenidas.

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Línea de salida en el circuito de New Hampshire: allí también ha comenzado 'The Chase'

Y es que lo mismo que un partido de baloncesto de la NBA, nos guste o no, da sopas con hondas a un encuentro de la liga española, una carrera de la Nascar es todo un espectáculo, por mucho que sus detractores argumenten que ver medio centenar de bólidos dando vueltas en un óvalo sin que medie chicane alguna es lo más aburrido del mundo. Para empezar porque se trata de coches de serie, modificados, eso sí, pero son los mismos coches que podrías adquirir si vivieras en Estados Unidos: Chevrolet Impala SS, Dodge Charger, Ford Fusion y Toyota Camry. En segundo lugar, porque, hay que reconocerlo, a todos nos gustan los adelantamientos y los choques –sin daños físicos, claro está– y de eso, en la Nascar, hay muchos, muchísimos. Y tercero, y no por ello menos importante, por la cercanía. Los pilotos no son semidioses del Olimpo que están más allá del bien y del mal, como los de la Fórmula 1, sino profesionales accesibles despojados de todo tipo de aura.

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Ambiente espectacular 'made in USA' con el público en pie frente a la pista

Y esto último es lógico e inherente a sus orígenes, que se remontan, según cuenta la leyenda, a la época en que imperaba la Ley Seca (prohibición de alcohol). Los traficantes de bebidas espirituosas utilizaban a expertos conductores para los transportes de las mismas. Éstos, que modificaban sus automóviles para que pudieran soportar sobrepeso en los maleteros, se reunían con otros y ponían a prueba su destreza al volante en competiciones clandestinas que atrajeron la atención del público. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, estas carreras clandestinas desaparecieron.

Una vez finalizada la contienda, la normalidad se instaló en EEUU y las carreras de coches volvieron a adquirir una gran popularidad. Seguían siendo competiciones semiclandestinas y carentes de todo tipo de regulación, por lo que en diciembre de 1947, un piloto ocasional y promotor de carreras llamado Bill France organizó un encuentro en el Hotel Streamline de Daytona Beach (Florida) para intentar poner orden en las pruebas. Había nacido la National Association for Stock Car Auto Racing (Asociación Nacional de Carreras de Automóviles de Serie).

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La primera cita oficial se celebró en febrero de 1948, pero no sería hasta un año después cuando echaría andar lo que es hoy en día la Sprint Cup, la primera división de la Nascar (también existen Nationwide, segunda división, y la Camping World Truck, de camionetas, así como series regionales y locales).

En este sentido, y pese a tratarse de uno de los acontecimientos deportivos con más audiencia de EEUU y de atraer a muchos famosos de todos los ámbitos, el perfil del aficionado medio de la Nascar se corresponde con el de los denominados red-neck (paletos) y blue-collar workers (obreros). Es, en suma, un campeonato sin pompa ni boato, pero es espectacular.

Como en Le Mans

Y es que sólo hay que ver a la de gente que arrastra. Tuve la suerte de asistir a una carrera de la Sprint Cup que se celebró en el circuito de New Hampshire. Salí desde Boston y para llegar hasta Loudon, donde se ubica el trazado, tuve que recorrer unos 130 kilómetros, y desde el primer tramo de autovía ya sabía hacia dónde se dirigía el resto de coches que circulaban a las 9 de la mañana de ese domingo: a la Nascar.

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Cuando nos quedaban unos 10 kilómetros para llegar al circuito, nos encontramos con un atascazo tremendo. Y eso que el grueso de la afición hacía días que llevaba acampada en los aledaños o en el propio trazado. No había visto un ambientazo parecido por una carrera de coches más que en las 24 Horas de Le Mans. En los bordes de la carretera, además de linces para el negocio que alquilaban los espacios delante de su casa como plazas de aparcamiento (más caras cuanto más cerca del trazado, hasta 45 dólares), había infinidad de gente, cerveza y pinzas de barbacoa en mano, a la espera de que comenzara la carrera.

Una vez dentro del circuito me quedé simplemente fascinado. Centenares de autocaravanas y miles de coches ocupaban una inmensa área de terreno, mientras que de fondo se escuchaba la música de un grupo de rock. Esa era la señal de que el espectáculo había comenzado. Porque en la Nascar todo es un show que sigue un guión al más puro estilo americano, que se repite en todas y cada una de las carreras: primero un concierto, luego una exhibición de la marca que patrocine la carrera (en este caso, un fabricante de herramientas industriales, para lo que cortaron en dos un coche como si fuera mantequilla), para pasar a presentar a los pilotos participantes. Como en todo, y cuando el pueblo habla, se pueden detectar las filias y las fobias, y cuando salió el ex piloto de Fórmula 1 Juan Pablo Montoya se oyeron más pitos que aplausos. Parece que las malas pulgas del colombiano también le han acompañado hasta la Nascar...

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Al haber mucho contacto entre los coches, siempre se producen choques espectaculares o imágenes insólitas, como la de arriba

El último eslabón del espectáculo previo a la carrera es la parte que mejor representa la idiosincrasia estadounidense: todos en pie con la mano derecha en el pecho para entonar el himno nacional. Aplausos tras el fervor patriótico refrendado con una pasada de dos cazas militares por encima del circuito. Igualito que en la última final de la Copa del Rey de fútbol que enfrentó a Athletic de Bilbao y Barcelona…

Y tras el show previo, el espectáculo de verdad. El director de carrera da la orden de encender los motores y comienzan las vueltas de calentamiento. Mientras tanto, un vehículo dotado de un enorme aspirador se ocupa de limpiar el asfalto. Luego, los coches se colocan en sus posiciones y se da el banderazo de salida. El ruido es ensordecedor, las vibraciones te ponen la piel de gallina. Imagínate más de cuarenta bólidos de 850 caballos de potencia sobre la pista, capaces de alcanzar 200 millas por hora (321,8 km/h), adelantándose unos a otros. Por delante quedan 600 millas (965,4 km) de espectáculo sin parar. ¡Me encanta!

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Los 12 pilotos que lucharon por el título

Emoción hasta el final

Melés, toques, pasadas, roces, piques, coches al rebufo y muchos adelantamientos. Nadie parece llevar la voz cantante. Emoción hasta el final. De pronto, entre el estruendo se escucha un estrepitoso golpe seco, el de la fibra de carbono y el metal aplastados. Ha habido un accidente en una de las esquinas del circuito. Todo el mundo se arremolina para ver quién se ha visto involucrado. Al momento entran las ambulancias, mientras que los equipos de limpieza se afanan para que el asfalto quede limpio de aceite. Tres bólidos afectados, humor de perros por parte de uno de los pilotos y los restos del crash retirados. “The show must go on!” (El espectáculo tiene que continuar).

Tras más de 8 horas de carreras estaba exhausto, como si yo mismo hubiera competido, pero fascinado al contemplar una competición donde hasta la última vuelta no hay nada decidido. Como debe ser.

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También Juan Pablo Montoya, que en aquella ocasión acabó en séptima posición, está encantado con la Nascar, “Este campeonato es increíble. Es una carrera cercana a todo el mundo. Los coches te adelantan y tú adelantas a otros. Eso no ocurre en la F1. En la F1 no ocurre nada”, declaraba el colombiano a un diario estadounidense. Montoya reconocía, además, lo difícil que le resulta dominar un bólido que requiere mucha técnica e infinitas dosis de finura, pues detenerlo es como frenar un camión.

No me duelen prendas en reconocerlo: la Nascar me ha cautivado. Es cierto que no tiene el glamour de competiciones como la F1, pero también carece de los vicios del Gran Circo. Porque la Nascar es competición en estado puro, es espectáculo, lo que buscamos los amantes de los coches y la F1 hace tiempo que no nos da.

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