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Mercedes Unimog: una leyenda indestructible

Carlos Siles

¿Qué 4x4 con 49 años a sus espaldas aguantaría aparcado a la intemperie con temperaturas bajo cero? Sólo uno: el Mercedes Unimog.

En mi infancia tenía un Unimog de juguete y nunca entendí por qué el diminuto conductor que iba al volante sólo tenía cabeza y tronco. El resto era una masa indefinida. Después de pasarme un día conduciendo un Mercedes Unimog de 1961 de verdad, entiendo el motivo: tengo las piernas igual de molidas que aquel 'hombrecillo'.

Antes de montarme, me había pasado un rato disfrutando del placer visual de estar ante esta simpática mole metálica llena de cantos. Hasta tres veces rodeé el vehículo verde oscuro cuyo diseño se remonta al año 1945. Sus creadores no tenían otro objetivo que lograr un vehículo motorizado universal (en alemán, Universalmotorgerät, del que deriva Unimog) que sirviera para las tareas del campo; una simple herramienta de trabajo.

El resultado es este animal de carga que marcó una época y, casi sin querer, se convirtió en uno de los vehículos más fascinantes de la historia. A día de hoy, el Unimog es una de las familias de modelos que cuenta con una existencia más larga. Este 'camioncito' de morro chato y cara avispada lleva más de 60 años trabajando duro por los rincones más recónditos del planeta. No hace falta ser un mitómano para elevarlo a algo así como un hito dentro de la industria del automóvil.

Como comentaba, eran las primeras horas de la mañana y me había logrado sentar frente al volante. La lluvia y el hielo de la noche habían transformado el Unimog en un tigre de dientes de sable como los que habitaban la Tierra hace nueve millones de años. A pesar de todo, es imposible sentir terror ante una criatura como esta: la dulce mirada de este percherón con motor diésel de 32 CV delata su buen corazón. Giro el contacto, tiro 3/4 del botón de precalentamiento y espero hasta que se ilumine el alambre indicador: 'craca-cracacraca' traquetea el sufrido motor OM 636 en el silencio de la mañana y se sacude todo el hielo pegado a su carrocería.

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Poco después me había acostumbrado a la operación de cambiar de marcha mediante la operación del doble embrague. Los coches que me seguían en la carretera parecían estar a punto de perder los nervios (y con razón) con la increíble velocidad punta de 53 km/h. Por suerte, casi no podía verlos, porque quedaban ocultos bajo la inmensa nube de hollín que salía del grueso tubo de escape.

Después, me invadió una sensación agradable de sosiego... Llegó el momento de pasar a los caminos de tierra que atravesaban los campos y que, en teoría, son los verdaderos dominios del Mercedes. El tracción integral con bloqueo de diferencial avanza ligero a través de la nieve y el barro. Sus ejes de pórtico le confieren mayor altura libre al suelo y evitan que se detenga ante las irregularidades del terreno.

Cuando el Unimog salió a la venta en los años 50 no era nada barato; sin embargo, pronto convenció a sus detractores: no era una 'tortuga' sobre la carretera, la tracción integral le hacía imbatible en los campos de labranza y, además, tenía una capacidad de carga de una tonelada.

Sólo en una ocasión hundí el Mog en terreno resbaladizo y acabé con cara de tonto de pie sobre la nieve y una cuerda en la mano, haciendo señas para que alguien acudiera al rescate. “Ni yo me hubiera arriesgado a pasar por ese punto”, me dijo moviendo la cabeza el conductor del tractor que vino en mi ayuda. Razón no le faltaba pero... ¡esto es un Unimog! Empieza a oscurecer. En compañía del aire fresco que entra por las ventanas y el techo de lona pongo rumbo a casa.

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