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Coches de choque rodantes: un sueño hecho realidad

Un aficionado de California convierte coches de choque en vehículos aptos para circular por carretera... e incluso autovías, aunque no sea muy recomendable. Nosotros hemos vivido esta experiencia. Los coches de choque rodantes son el sueño hecho realidad del californiano Tom Wright.

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Mientras en la otra punta de EEUU, Donald Trump gritaba "Make America great again" ("Hagamos América grande de nuevo"), Tom Wright conducía hacia San Diego un coche enano, como si quisiera decir: "Make America small [pequeña] again". Los coches de choque rodantes son el sueño hecho realidad del californiano Tom Wright.

Un par de locos y yo mismo vamos detrás de Tom en vehículos que, en su primera vida hace 70 u 80 años, eran coches de choque en parques de atracciones. Y podemos circular en ellos gracias al buen hacer de Tom: aquí, unas ruedas; allí, unos ejes de transmisión y unos motores Kawasaki de dos cilindros con 500 centímetros cúbicos y 65 CV... 

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Un tipo se detiene a mi lado en un semáforo, al volante de una enorme pick-up. Está alucinado. Y es normal: las ruedas de su monstruo apenas son más pequeñas que mi diminuto coche de choque rodante. O, mejor dicho, Bumper Car, como los llaman en Estados Unidos. 

"Tienes que tener cuidado", me advierte Tom antes de nuestro alocado viaje. "La gente va a hacer cosas absurdas cuando te vea. Frenan de golpe, agarran el móvil y se ponen a sacar fotos mientras sus coches dan bandazos"... De acuerdo, seré precavido en ciudad. Pero en la highway, menuda feria se va a montar... 

Tom me explica: "Estos coches tienen potencia para viajar a buena velocidad, pero te aseguro que no es muy divertido". Tampoco será un problema en las autopistas californianas, donde la velocidad está limitada, por ley, a entre 70 y 80 millas, el equivalente a unos 130 km/h. Pese a todo, temo que el viento me expulse de mi asiento. Y eso que hay un pequeño parabrisas, pero lo cierto es que no protege más allá del ombligo. Su única función es poder pasar la homologación para circular que se exige en Estados Unidos. "Un coche debe tener siempre un cristal protector delante", reza la normativa. Pero no dice nada del tamaño. 

Tom Wright afirma: "Mis coches de choque cumplen con los requisitos. Aparte del parabrisas, tienen intermitentes, faros, cuatro frenos -luces de  freno- y bocina. No se exige más". Los cinturones no son necesarios, porque estos cacharros se homologan como quads. Y, de hecho, en lugar del chasis original de tres ruedas y dirección sin fin, monta el bastidor de uno de ellos. Además, ya no están movidos por un motorcito eléctrico, pues en su lugar llevan un motor de moto con cambio de seis velocidades manual y un embrague tan tosco que, al acelerar este enano de 200 kilos pienso que el motor se va a ahogar. 

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Wright ha hecho realidad el sueño que todos hemos tenido de niños con los coches de choque: poder conducirlos en libertad, fuera de la pista habitual y sin su chisporroteante enrejado en el techo, más allá de la feria o parque de atracciones, lejos de la atronadora música electrónica. En carretera abierta, ¡hasta el fin del mundo!

Tan exitosos como una 'celebrity'

Llevamos 10 minutos conduciendo. El pedal del embrague está a la izquierda de la columna de dirección, el del acelerador y el freno, a la derecha. El espacio para las piernas, por tanto, es mayor del esperado. La palanca de cambios está a la derecha. Funciona como en la transmisión de una moto: palanca hacia delante, significa subir de marcha. Dentro el calor es considerable, lo cual es normal si tengo en cuenta que el motor va debajo de mi trasero. Y creo que no hace falta que hable del ruido ensordecedor que hace este cacharro. 

Me siento como una estrella. La gente se gira a mi paso como si fuera Justin Bieber o, como poco, el Papa. Pero no soy más que un periodista corriente y moliente que conduce uno de los tres coches de choque fabricados en 1958 en la pequeña localidad de Bruchsal (Alemania). El mío, con aspecto de Corvette; los otros dos, al estilo de Alfa Romeo. El fabricante, Ihle, fue en su día un carrocero que, por ejemplo, trabajó en los años 30 sobre los modelos Dixi de BMW para darles un aspecto más deportivo -un coche clásico muy buscado hoy en día-. Por cierto, en este caso, la gruesa goma que lo rodeaba fue suprimida por Wright, pues dice que no quedaba bonita. 

Un coche de choque es el vehículo más minimalista en el que uno se puede montar y logra una cosa de la que no es capaz ni el deportivo más caro del mundo: ofrecer la magia de conducir por uno mismo por primera vez. Esa sensación no se repite. 

Mejor, con motores japoneses

Wright, que tiene una empresa de pinturas al polvo, se propuso recuperar esa magia: convertir coches de choque originales en vehículos reales para carretera. Lo ha hecho todo él solo en su taller. Por el momento, luce diez unidades terminadas. Siete de ellas tienen carrocerías de acero americanas de los 50 y, aquí sí, ha mantenido la goma negra alrededor. Uno de ellos lleva un asiento de cuero de miles de dólares. Otros, salpicaderos de caoba y arce. En tres de sus microcoches ha montado el motor de una moto Yamaha 750, con cuatro cilindros, y la variante más potente tiene 130 CV. Cuando empezó, incluso experimentó con motores de la Harley-Davidson Sportster, de 1.200 centímetros cúbicos y refrigerados por aire. Pero eran demasiado grandes, se recalentaban y las vibraciones hacían casi imposible la conducción. Se dio cuenta de que los de Kawasaki y Yamaha tienen menos cilindrada y, además, son más potentes, no se recalientan ni vibran tanto.

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Ahora, este inventor no para de recibir cuantiosas ofertas por sus locos coches de choque. Pero, por el momento, se ha resistido a deshacerse de ninguno de ellos. Para él, América no tiene que "ser grande otra vez". Sus coches de choque, de alguna forma, ya lo son. 

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