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Así nació el buggy original: una historia fascinante

El primer buggy jamás fabricado salió de la mente de un surfero. Un coche con dos inspiraciones claras: un escarabajo destartalado y el mar. Una curiosa historia de éxitos, alegrías y decepciones que debes conocer de primera mano. Cómo Bruce F. Meyers creó el buggy casi sin querer y la historia fascinante que esconde bajo su octogenaria piel.

Estoy sentado frente a un anciano tras un escritorio de su garaje; por la puerta entreabierta se cuelan fugaces rayos de sol. él está rodeado de cajas de cartón llenas de recuerdos, tiene un bolígrafo en la mano y un bloc de notas frente a sí. Su nombre es Bruce F. Meyers y pretende comenzar a escribir su biografía. “No es tan fácil”, dice con un punto de tristeza, aunque sus ojos parecen tan vivos como los de un dóberman. Meyers recapitula sus 89 años de vida intensa: batalló en una guerra mundial, en seis matrimonios y frente a un juez... Ha ganado tantas batallas como las que ha perdido. Pero yo estoy aquí para revivir uno de los capítulos más importantes de su vida. Una historia que empezó hace 50 años, cuando inventó el buggy original, creado sobre la base de un Volkswagen Escarabajo

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En aquella época vendía tablas de surf en Pismo Beach (California) y un día vio a un surfero surcando las dunas en un Escarabajo destripado. Eso le fascinó y pronto esbozó el diseño que él haría para un coche así. Debía tener el aspecto de una ola y una carrocería ligera de plástico. Tenía cierta experiencia, porque ya fabricaba tablas de surf y pequeñas embarcaciones de recreo.

A principios de 1964 ya tenía su primer buggy terminado; lo denominó Meyers Manx y consistía en un monocasco montado sobre los ejes y la dirección de un Volkswagen Escarabajo, con dos asientos y un motor bóxer refrigerado por aire. 

Su mujer de entonces se lo contó a sus colegas de la revista Road&Track y les gustó tanto que sacaron al buggy en portada. Como por arte de magia, empezaron a llover pedidos. Pese a todo, explica ufano: “Nunca me interesó el dinero”. Después creó un kit de montaje para que la gente  pudiera construir el buggy por su cuenta. Constaba de 11 piezas y costaba 535 dólares de entonces (488 euros). Impacto total. El negocio despegó. Contrató personal, Elvis le llamó para pedirle uno, también Carrol Shelby se hizo con un buggy y Steve McQueen condujo uno en la película 'El secreto de Thomas Crown', de 1968.

En este punto de la historia Meyers se detiene, respira hondo y desvía la mirada a un rincón del garaje. “Yo nací para ser surfista. Desde niño, me moría por saber qué había detrás del inmenso océano. Lo mío no eran los negocios”. ¿Por qué nos cuenta esto? Echemos mano de la historia. En 1970, regentaba la sociedad Meyers&Co, con 80 trabajadores, acuerdos con 75 concesionarios y 7.000 buggys vendidos. Pero, claro, no contó con que su buggy era facilísimo de copiar. Antes de darse cuenta, ya tenía más de 300 competidores. Todos se parecían, pero ninguno era igual. Meyers los llevó a los tribunales y perdió. No solo el juicio: también su credibilidad, su empresa, su interés por aquella gran idea. 

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Hasta principios de los 90, no quiso ni volver a ver un buggy. Trabajaba de diseñador, hacía encargos aquí y allá. Pero en 1994 se celebró en Francia un encuentro mundial de buggys e invitaron a Meyers como padre de la creación, como inventor de una auténtica cultura. Esto le devolvió la confianza, volvió a América y refundó su empresa. Se puso a producir nuevos buggys, algunos ahora con cuatro plazas. Y así, hasta hoy. Ahora Meyers se dedica a seguir trabajando en nuevos modelos y a moverse a concentraciones a lo largo  y ancho del planeta. 

Poco después, cuando le fotografiamos al volante del buggy original de 1964, nos dice en voz baja: “Nada de esto estaba planeado, pero las cosas han ocurrido porque tenían que ocurrir”. Después, pisa el acelerador, deja que el motor bóxer de 1.500 cc se explaye y rueda relajado bajo el sol. Su camisa hawaiana ondea. Da la impresión de que este anciano canoso se va a poner a surfear en cualquier momento. Su voz y sus palabras suenan increíblemente joviales.

Hay tipos como Bruce Meyers capaces de embellecer el mundo del automóvil. Pero él es demasiado modesto como para reconocerlo. Cuando salga su libro algún día, uno de los primeros párrafos dirá: “El buggy fue una de esas aventuras que no tuvo los beneficios como objetivo, sino la libertad como actitud de vida. Por eso, la historia de este coche tiene tantas subidas como bajadas. La libertad no se caza, tienes que vivirla. Y eso tiene su precio”.

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