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Tata Nano, su prueba más dura

Ha habido muchas preguntas acerca de la fiabilidad del Tata Nano. Así que cuando conseguimos uno lo vimos muy claro: queríamos saber si aguantaría una dura prueba. Y qué mejor manera de comprobarlo que conduciendo hasta Khardung, la carretera transitable más alta del planeta. ¿Lo conseguirá?

Teníamos que estar locos para intentar esto. Lunáticos somos. Y de qué manera. Mientras unos dudaban del Tata Nano y otros de nuestra salud mental, salimos de la oficina en Noida para demostrar a esos seres tan pesimistas que estaban equivocados. Bueno, al menos acerca del coche. Un modelo que puede salir completamente gratis en algunos casos (sorteo Tata Nano) o costarte una auténtica fortuna (Tata Nano de oro).

Pero volvamos a la aventura. Nuestro primer destino a bordo del Tata Nano sería la estación de montaña de Manali, en Kimachal Pradesh. El pequeño Nano se mueve a través de la hora punta de la ciudad fácilmente y pronto alcanzamos la autopista hacia Chandigarh.

Para cuando cruzamos Kurukshetra, el coche acaba de superar los 10.000 kilómetros y hemos alcanzado el estatus de pequeñas celebridades. A quienquiera que adelantáramos nos saludaba, nos hacían gestos con los pulgares hacia arriba, deseos de buena suerte que íbamos a necesitar más cerca de nuestro destino. Tras atravesar Chandigarh, apuntamos hacia Ropar. La carretera que lleva hasta allí está cuajada de boquetes unidos entre sí por auténticas zanjas en el asfalto... ¡Y esto es solo el principio! Al caer la tarde ya habíamos alcanzado las faldas del imponente Himalaya y, con la oscuridad haciendo su aparición, nos damos cuenta de que es de agradecer la buena iluminación que ofrece el Tata.

Repostamos el Tata Nano en una gasolinera en la que somos acribillados a preguntas. Nuestro objetivo de hoy es cruzar el paso de Rohtang (3.978 metros) y enfilar hacia Sarchu, que es un campamento junto a la autopista donde dormiremos en tiendas de campaña. Después de unos pocos kilómetros, tanto el asfalto como el verde escenario desaparecen casi simultáneamente. Son reemplazados por lo que sería un paisaje familiar para astronautas: no hay otra palabra para describir esta zona más que lunar.

En el camino nos cruzamos con un personaje conduciendo un Mahindra Bolero. Cuando le contamos nuestro plan, nos informa de que ha habido un derrumbamiento y nos dice que nuestro pequeño Nano se va a quedar atascado. Resulta que tiene razón acerca de lo del desprendimiento, pero se equivoca en cuanto a lo del Tata: pasa sin problemas. Mientras esperamos a que un 
bulldozer limpie el camino del todo, aparecen un par de moteros que se plantean si seguir o no. A la señal de todo correcto de los operarios, arrancamos, metemos primera y avanzamos.

Una vez más, salimos airosos: el motor situado en la parte trasera tiene una importante ventaja, el cárter está más protegido que los que lo llevan delante. En nuestra siguiente parada, una solitaria gasolinera en Tandi, llenamos el depósito del todo y añadimos otros 15 litros extra en una garrafa: ya no habrá otra estación en 365 kilómetros, un problema importante para un coche que tiene un depósito tan pequeño. La suspensión tan rígida, unida a los duros asientos que no sujetan bien el cuerpo, comienza a castigar nuestros riñones.


Cada vez que sorteamos un bache, un intenso dolor comienza a subir desde nuestro trasero. Doloridos, decidimos parar en Jispa, a unos tres kilómetros de la autopista de Manali-Leh junto al río Bhaga. Cuando nos bajamos nos damos cuenta de que el coche se ha llevado algún que otro golpe, cortesía del mal estado de la carretera que acabamos de recorrer. Es también la primera vez que experimentamos la falta de oxígeno tan típica de las alturas. Al día siguiente conducimos hacia Baralacha La, el paso que conecta el valle de Himachal, en Lahaul-Spiti, con Ladakh, en Jammu y Cachemira. 

Después toca la llanura de More, un espectacular superficie de grava y arena de unos 40 kilómetros que está a una altitud media de 4.000 metros. Me siento tentado de ir a fondo en este terreno, pero algunos bancos de arena en plena carretera me obligan a tomarme las cosas con calma. En ese momento también me doy cuenta de que está entrando suciedad del exterior... ¡por algún sitio debajo de los asientos! Cuando el Tata Nano pasa por encima de esos montículos, levanta tanto polvo que entra al interior... Durante las siguientes dos horas seguimos conduciendo por algo que se podría llamar circuito offroad. Pasamos por la región de Rumste y luego, al entrar en Ladakh, disfrutamos de lo lindo rodando sobre asfalto normal. Ahí tardamos poco en cruzar Thiskey y alcanzar Leh.


La gente del lugar viene a recibirnos como héroes. Para mañana nos espera Khardung La, pero ahora toca descansar. Al día siguiente ponemos rumbo hacia el destino final. El camino atraviesa una callejuela estrecha, pero nuestro pequeño coche rojo lo supera sin problemas. Tras unos 14 kilómetros, nos para un centinela en un control. Tenemos que esperar el paso de otro convoy militar. Por fin partimos. La subida es empinada, el camino muy estrecho... Cogemos carrerilla ¡porque vamos cuatro en el Tata! y, tras un giro cerrado, nos encontramos con que el camino está repleto de piedras puntiagudas.

Salimos adelante y por fin llegamos a Khardung La. Todos los sufrimientos han valido la pena solo por ver pasar al Nano a través de un pórtico en el que está escrito India Gate (Puerta de la India). Aparcados a más de 5.000 metros, nuestro Tata ha logrado el éxito. Uno muy dulce, ya que ha conseguido llegar hasta allí sin necesidad de que nuestro coche de apoyo nos tenga que ayudar en ningún momento. Por fin, hemos demostrado a los que nos decían que no lo íbamos a conseguir que estaban equivocados.


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