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Probamos el Camaro 2013 de Las Vegas a Los Ángeles

Un coche que representa el sentimiento estadounidense: hemos viajado con el Chevrolet Camaro 2013 desde Las Vegas hasta Los Angeles a través del desierto.

Venga, pequeña bolita, sé buena y rueda hasta el número 21. Solo por esta vez. No va más. Cierro lo ojos y… “Dieciséis, rojo”. Y lo pierdo todo. Cuando no te queda nada, lo mejor es desaparecer. “Leaving Las Vegas”, que dicen por aquí. Fuera del Casino Bellagio me espera un Chevrolet Camaro 2013 amarillo limón. Gasto en él los últimos mil dólares que me quedan, y el Chevrolet ya es mío, inmediatamente, aunque con matices: solo alquilado, para hacer el recorrido que me llevará hasta Los Angeles. 500 kilómetros incluido un rodeo por el desierto de Rock Canyon. Allí encontraré la paz, lejos de la algarabía de Las Vegas. Solo el zumbido de mi V8. Desafortunado en el juego, afortunado en la vida. Yo y mi Camaro. Aunque solo vayamos a pasar un rato juntos. Pero menudo rato…

Me hundo en el asiento deportivo. No encuentro ninún botón de arranque, en su lugar, la clásica llave. La inserto, giro y piso el acelerador. Despierta el motor con el estruendo de su V8. Una sonrisa se me graba en la cara. Otra vez le doy gas en parado. Grito: “Goodbye, Las Vegas!” y salgo disparado. La carretera me espera. Inserto la pequeña palanca de cambio hacia la izquierda y arriba, y dejo una humareda negra tras de mí a modo de despedida.

En algún lugar, tras el capó, está el norte, Downtown Vegas, donde aún podría gastarme el par de monedas que me quedan en el bolsillo. Pero giro a la izquierda, hacia el oeste, detrás de mí el sol va asomando la cabeza, frente a mi me espera el límite de la ciudad. Y muy pronto, ahí detrás: el parque nacional Red Rock Canyon. Es temprano, y aún persiste el manto rojo que cubre los 21 kilómetros de paisaje compuesto, únicamente por rocas. Aquí la velocidad está limitada a 56 km/h, pero seguro que los ‘ranger’ duermen todavía. Así que mando al garete el control de tracción y me lanzo a la carretera, convertida de pronto en mi circuito particular.

Las marchas entran a trompicones. Qué más da, se lo puede permitir este Camaro, que después de su última sesión de belleza ha variado el aspecto de su morro y su zaga. El coche baila por las curvas y se deja cazar de nuevo con facilidad, una y otra vez. Máquina y hombre gritamos al unísono cuando los caballos se desbocan al reducir. ¿Dirección imprecisa? ¿Subviraje? ¡Qué importa! Que se queden otros con la sofisticación. Yo me quedo con esta actitud de: “Cuanto más acelero, más calentito me pongo”, que parece que ha desaparecido en 2014. Y los sensatos, por favor, que se queden en el carril derecho.

El Chevrolet Camaro 2013 es un fanfarrón pero no va de farol. No tiene nada que ver con un elitista Porsche. Mucho menos con un superdeportivo radical. Es tosco, pero no es agresivo. De hecho, tiene una mirada menos antipática que muchos coches europeos. No va sobrecargado de tecnología. Es lo que es: unos cuantos caballos en un traje de músculos. Los tiroteos y los buscadores de recompensas son una mera ilusión.

Lo que es muy real es mi Chevrolet Camaro y su precio: 92,57 euros. Es lo que me cuesta cada caballo del Camaro. Un precio insuperable si se tiene en cuenta que cada caballo del nuevo 911 cuesta 260 euros. En definitiva: 432 CV por menos de 40.000 euros. Más te vale darte prisa si quieres hacerte con uno, porque a partir de 2016 le dice ‘bye bye’ a Europa.

En mi camino a Los Angeles decido buscar alguna emisora en la radio por satélite. En el 'Canal 125' hay tertulias de ámbito político-republicano (¡terrible!). En la 'E Street Radio' solo pinchan a Bruce Springsteen (¡mejor!). Elijo finalmente el dial 'The 60th on 6', donde ponen música de los tiempos de los primeros Camaro. 

Oscurece cuando llego a Los Angeles. El Hollywood Boulevard está bloqueado. Así que doy media vuelta, por la avenida Melrose, con tiendas de discos y tatuadores a los lados, pequeñas boutiques y bares oscuros. Aquí termina mi viaje en el nuevo Chevrolet Camaro. Por suerte, me quedan un par de monedas todavía para el parking.

CONCLUSIÓN

Por hoy, me he olvidado de los coches híbridos, los eléctricos de cero emisiones, la fiebre ‘downsizing’ y los motores supereficientes en general. Hoy he decidido sentir América en toda su magnitud. Quiero hacer ruido, mucho ruido. Quiero quemar rueda en el asfalto, y para eso no sirve un coche civilizado, sino este furioso, obsceno y vociferante símbolo de la libertad sobre ruedas que es el Chevrolet Camaro 2013.

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Un coche que representa el sentimiento estadounidense: hemos viajado con el Chevrolet Camaro 2013 desde Las Vegas hasta Los Angeles a través del desierto.

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