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Duelo de ayer y hoy: Mazda MX-5 vs Triumph TR6

Dos roadster de épocas diferentes, pero que mantienen un objetivo común: la máxima diversión al volante. Por primera vez, frente a frente, Mazda MX-5 vs Triumph TR6.

Motorizaciones comparadas:

"Jinbai ittai", dicen los japoneses, especialmente cuando se refieren al Mazda MX-5: en castellano, viene a ser algo así como la fusión absoluta de un ser humano con la máquina. Y es que esta es una máxima desde el nacimiento del icónico roadster, allá por 1989, y se ha mantenido en todas sus generaciones. La última, la lleva a sus últimas consecuencias: más corto que el anterior, pero sobre todo más ligero (100 kilos menos) y, por tanto, todo lo que uno puede esperar de un roadster purista: diversión al volante al estilo clásico. Y ya que hablamos de clásicos, enfrentémoslo a un modelo histórico, que también buscaba el disfrute sinfín a sus mandos: el Triumph TR6.

Hablamos de un modelo británico restaurado en 1975, si bien su base data de 1953. Todo un icono entre los roadster de toda la vida, que sin duda marcó un antes y un después.

Me subo primero al Mazda. Y ya solo con arrancar me siento feliz. Avanzo los primeros metros, llegan las primera curvas, me bastan leves gestos al volante para que inserte los giros con total precisión. Juego con el cambio de magnífico tacto y recorridos cortos.

El pequeño motor 1,5 litros de cuatro cilindros es muy vivo y estira con facilidad hasta las 7.000 vueltas, gracias en parte al reducido peso con el que tiene que lidiar, lo mismo que sucede con los frenos, infatigables, por mucho que apure más y más ante cada curva. Y lo mejor: los 131 CV parecen muchos más.

Viaje al pasado

MX-5 vs TR6

Me bajo y me aproximo al Triumph TR6. No es tan ancho como el japonés, pero no le hace falta para resultar imponente. Su diseño combina como pocos modelos en la historia las dosis justas de deportividad y elegancia. Un juguete, a todas luces, irresistible, aunque sea para quedarte mirándolo horas y horas. 

Pero claro, sus 19 centímetros de desventaja se notan al sentarte dentro, y es que es muy fácil que tu hombro derecho se junte con el del copiloto. Con todo, me sorprende la elegancia y la calidad en los ajustes de su salpicadero de materiales nobles y, sobre todo, el desahogado espacio para las piernas.

Me pongo en marcha, y en seguida percibo la antigüedad de este modelo: para embragar o frenar, más te vale tener las piernas de Cristiano Ronaldo… Y los bíceps de Rafa Nadal a la hora de girar el volante. El tacto de la palanca del cambio, de cuatro velocidades, es seco pero también preciso. Y por medio de una palanca del volante, hay una función ‘overdrive’ que puede elevar el número de relaciones a siete. Algo muy práctico en los roadster británicos de la época, para domar un par motor siempre elevado (casi 200 Nm). 

TR6

Nuestro ejemplar, restaurado en Estados Unidos, monta un carburador donde el Mazda lleva un sistema de inyección, para solaz de nuestros oídos. Su potencia es de 120 CV, pero lo que realmente siento es el poderío de su par motor: su chasis dista mucho de estar tan afinado como en el MX-5 (o cualquier otro modelo actual), y en las curvas parece tener vida propia, de modo que hacen falta manos enérgicas y tener la cabeza fría para mantenerlo en su sitio. 

En definitiva, exige que lo des todo de ti, mientras el Mazda se deja llevar rápido con mucha facilidad.Dos conceptos, dos épocas diferentes, pero un mismo resultado: la felicidad al volante. 

¡No te pierdas el Mazda MX-5 de 1989 contra el actual!

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