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Fernando Alonso: diez años en la Fórmula 1

Carlos Flores

De Minardi a Ferrari: hoy se cumple una década del debut del piloto español en el Campeonato del Mundo de Fórmula 1.

Día 4 de marzo de 2001. Circuito de Albert Park, en Melbourne. Un joven español de solo 19 años se alinea en la décima fila de la parrilla del Gran Premio de Australia. Su coche, un modesto Minardi, con el que acabará la carrera en duodécima posición. Mucha gente cree en el talento de ese asturiano llamado Fernando Alonso, pero pocos pueden imaginar que, diez años después, será una de las mayores figuras en el firmamento de estrellas de la Fórmula 1, con 26 victorias (sexto de la Historia con más triunfos) y dos títulos en su haber.

Un monoplaza poco competitivo no le permitió conseguir resultados en esa primera campaña, aunque, en numerosas ocasiones, consiguió sacarlo del lugar que le correspondía, la última fila de la parrilla. Un período de aprendizaje obligatorio que dio paso a un año como probador de Renault, previo a su incorporación al equipo en 2003.

Tardó poco Alonso en comenzar a escribir su palmarés, con la primera pole y el primer podio en el Gran Premio de Malasia, mientras España todavía se desperezaba. Un país que contuvo la respiración con aquel brutal accidente en Brasil, y que meses después despertó a la pasión por la Fórmula 1 con la inolvidable primera victoria en Hungría. Aquel día, dobló al mismísimo Michael Schumacher. Y sería el propio Fernando el que, de algún modo, jubilaría al heptacampeón, al romper en 2005 su insultante dominio con el primer título mundial, gesta que repetiría -con mucho más esfuerzo- al año siguiente.

El año 2007, con la incorporación a McLaren, prometía mucho, pero aquel matrimonio acabó como el rosario de la aurora. Fue una temporada que, pese a deparar cuatro triunfos, estuvo envuelto en la polémica casi desde el principio y derivó en un divorcio inevitable. En el horizonte de Alonso ya se vislumbraba un futuro en Ferrari, pero antes tuvo que pasar dos años en su antigua casa, Renault, que transcurrieron con algo más de pena que de gloria ante el declive en la competitividad de la escudería francobritánica.

Fue el peaje que pagó para desembarcar en Maranello y lograr lo que su predecesor, Räikkönen, no pudo (ni quiso): convertirse en indiscutible líder de una escudería obligada por su historia a luchar siempre en lo más alto. Ganó en su estreno de rojo; también en su primera carrera en Monza como piloto del cavallino, y si no llegó el tercer Mundial fue por una desafortunada elección estratégica en el último Gran Premio. La frustración fue palpable, pero no había motivo para sentir vergüenza: en muy pocas ocasiones el Ferrari había sido tan rápido como el Red Bull. El mero hecho de haber estado tan cerca del éxito era poco menos que un milagro, y un tributo al talento y a la tenacidad del piloto español. Que este año, el segundo de lo que promete ser aún una larga vinculación, volverá a intentarlo.

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