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Al límite con un Bugatti Veyron por autovías alemanas

Nos ponemos al volante de un Bugatti Veyron 16.4 Grand Sport Vitesse por autovías alemanas sin límite de velocidad. ¿Hay mejor manera de despedir a un mito?

Me siento en un coche de récord mundial: con 408,84 km/h de velocidad máxima, el Bugatti Veyron 16.4 Grand Sport Vitesse es el cabrio más rápido del mundo. De acuerdo que lo único que se abre es una pequeña pieza de cristal, pero en un coche así, más que llevar el pelo al viento, lo que se disfruta es el sonido de su motor. 

Pero veamos qué me depara este coche de ensueño: 16 cilindros, ocho litros de cubicaje, cuatro turbos… Y 1.200 CV con 1.500 Nm. Llamémosle superdeportivo a esta máquina de dos millones de euros, sencillamente porque no existe una denominación superior para una bestia del asfalto como esta. 

Primera senación, en parado

Sentarse en el Veyron requiere una espalda saludable por lo que hay que agacharse, pero una vez dentro es sorprendentemente cómodo. Aterrizo sobre baquets tan perfectos, que podría hacer mil kilómetros al día en ellos sin problemas. Pero lo que me rodea no es precisamente refinado, más bien espartano: una consola central minimalista, con pocos botones y cinco relojes analógicos, como mandan los cánones de los deportivos clásicos. Y la verdad es que cumplen su función a la perfección y no necesito las pantallas estilo iPad que tanto se estila ahora. Con un vistazo basta: en medio, el cuentavueltas con la zona roja e 6.500 rpm, y otros dos indicadores que emocionan solo por las cifras que muestran: a la izquierda, la potencia hasta 1.200 CV; a la derecha, el velocímetro, que marca 430 km/h. 

Segunda sensación: arrancar

El espectáculo comienza con una llave sorprendentemente profana proveniente de la cadena de montaje de Volkswagen y una presión sobre el botón de la palanca del cambio. El motor de 16 cilindros brama con una intensidad indescriptible al ralentí, pongo la palanca en modo D y empiezo a avanzar. Circulo por ciudad con una facilidad inesperada, en cuando me acostumbro al bajísimo morro de carbono del Bugatti. Casi toda la carrocería es de este material, y aun así el Vitesse llega a las dos toneladas. La vista hacia delante, en el desahogado puesto de conducción, es bastante buena. No se puede decir lo mismo de la vista trasera. Pero una vez que salgo de la ciudad y entro en una autovía alemana sin límite de velocidad, lo cierto es que los espejos retrovisores dejan de ser necesarios: no creo que me cruce con un coche más rápido que este.

La sensación de volar sin límite de velocidad

La mínima insinuación sobre el pedal del acelerador es suficiente, aunque vaya con la séptima marcha, para sentirme como el jefe de pilotos de Bugatti Pierre-Henri Raphanel. Cuando la aguja del cuentavueltas marca las 3.800 rpm saltan los cuatro turbos con silbidos enérgicos. Este bólido acelera de 0 a 100 km/h en 2,5 segundos y en 7,2 ya voy lanzado a 200, aunque las sensaciones que me llegan al volante no se pueden traducir en cifras. De pronto, el resto de los coches parecen anclados al suelo, mientras el Bugatti vuela. Voy incrustado al respaldo, aunque es algo que ya esperaba. Solo quien haya pilotado una moto de 200 CV sabe de lo que hablo.

El Bugatti no decae, ni a 250 , ni a 280, ni a 300 km/h. Es como tener un tsunami en detrás de mí. Y tras mi cabeza, un espectáculo sonoro sin igual. Allí silban las bombas hidráulicas del cambio DSG, también los compresores como si les fuera la vida en ello en esta orgía de aceleración, oigo también como se desliza el doble alerón. 

Pero nada resulta demasiado estruendoso, porque este Bugatti se entiende como un Gran Turismo en su sentido más clásico, un coche capaz de viajar refinado y con una sorprendente capacidad de filtración en sus suspensiones. Y eso que su minúsculo maletero bajo el capó no da para escapadas muy prolongadas. El comprador tipo de este modelo no circula con él más de 2.000 kilómetros al año y probablemente tenga otros 40 coches de media en su garaje. El Bugatti solo es para quienes quieren algo muy concreto: un coche capaz de acelerar en recta sin piedad, con el empuje de ningún otro. 

Si la carretera, el clima y el tráfico te lo permiten, el Vitesse te pone su primer límite en los 375 km/h. Si aún quieres mayores sensaciones, el chasis se hunde todavía más, el alerón se aplana y los 400 son accesibles.

No encontramos ante el deportivo más extremo del mundo, aunque no sea tan ligero y ágil como un Porsche, tan elegante como un Ferrari ni tan radical como un McLaren. Pero centra todo en su potencia y su precio. Tras 450 Veyron vendidos, el pasado febrero Bugatti cesó su producción. En breve veremos a su sucesor: más potente y más veloz. Está claro que esta marca no entiende de límites.

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