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Ruta 4x4 por Egipto

Carlos Siles

El país del Nilo es famoso por la herencia que dejaron los faraones, y no tanto por sus fantásticos desiertos, a tan sólo unas pocas horas en coche al oeste de la pirámides. Nosotros lo hemos visitado en esta ruta 4x4 por Egipto

En esta ruta 4x4 por Egipto nos acompaña Abdullah, a quien todos conocen por el doctor Abdullah, éste acelera sin cesar de manera que los paisajes desérticos se desvanecen por la ventana. Es increíble que hace tan sólo dos horas estuviéramos en las pirámides de Gizeh, donde cientos de turistas admiraban la herencia dejada por los faraones. Ahora sólo nos rodea el desierto, y el tráfico de coches se puede contar con los dedos de una mano.

Quien sólo conozca el terreno verdoso de la ribera del Nilo, se olvida rápido de que el 90 por ciento de Egipto es desierto. La frontera oeste va desde Libia hasta el Nilo, recorriendo un terreno lleno de arena, grava y rocas. Apenas se han adaptado los ojos al yermo paraje, aparecen palmeras en el horizonte. Esta vegetación se encuadra en Baharija, uno de los cinco oasis que hay en la zona oeste del desierto. Ya en tiempo de los faraones, está zona estaba poblada, y era una zona de abastecimiento para las caravanas que pasaban por el desierto. Aquí se han descubierto innumerables complejos fúnebres llenos de tesoros, como por ejemplo dos tumbas de hace 2.600 años con increíbles esculturas de la vigésimo sexta dinastía.

En la actualidad la vida transcurre con normalidad. Un claro ejemplo es el paso de un cortejo nupcial por la ciudad de Bawit. Al igual que en el resto del mundo, en los oasis también se celebran bodas. Egipto es el país de Toyota, ya que el feliz convoy se compone únicamente de modelos Land Cruiser de distintos años y diferentes versiones. Una vez dejamos Baharija la orografía cambia drásticamente. El que piense en el desierto como un cúmulo de enorme dunas, se equivoca y así lo atestigua el desierto negro. Recibe su nombre de las numerosas montañas formadas por roca volcánica que se alzan hacia el cielo.

Desde la montaña negra de Jebel El Aswat se tiene una fantástica vista de un escenario casi sagrado. Recuerda al fantástico mundo de la tierra de Mordor de la saga del Señor de los Anillos. Lo que sigue es un nuevo cambio de terreno. Atónitos viajamos ahora por el desierto blanco, un laberinto repleto de arena y rocas calcáreas de todo tipo y condición. A lo largo del tiempo, el viento ha esculpido las piedras en estrafalarias esculturas que dispara la imaginación de los espectadores creyéndose encontrar ante aves de rapiña o enormes setas.

Con la caída del sol, estos colosos de piedra adoptan un brillo rosáceo de una belleza difícil de olvidar, pero nosotros debemos continuar con nuestro camino para alcanzar el campamento antes de que desaparezca el último rayo de sol, ya que es peligroso viajar de noche por el desierto. A la mañana siguiente, lo primero que hacemos es desinflar un poco las ruedas para aumentar la superficie de contacto con el suelo ya que, sino, los coches se hundirían en la arena y haberla la hay en abundancia en el camino que nos lleva hacia el oasis de Dakhla.

La dunas parecen interminables, pero Abdullah se conocen bien el terreno y avanzamos con un número de revoluciones constante, sin acelerar en exceso, para que el coche flote sobre la arena. Abdullah mantiene la sangre fría cuando ascendemos por un duna y el coche se pone casi vertical apuntando al cielo. Sobre el mediodía termina nuestra etapa, ya que el sol a secado la arena húmeda y el terreno se vuelve intransitable para ningún vehículo, por muy 4x4 que sea.

Después de tanta arena, es imposible rechazar un refrigerio. Tras el merecido descanso y las cervezas frías (llevamos una nevera portátil conectada al encendedor del Toyota) continuamos por un desconcertante laberinto de piedra. Poco después continuamos por un escabroso valle lleno de curvas y, una vez más, el desierto nos sorprende con la cantidad de historias que te pueden pasar en un entorno de estas características.

Dakhla tampoco representa la imagen preconcebida que tenemos de un oasis. Aquí viven unas 80.000 personas que cultiva una extensión de 12.000 hectáreas. Cientos de fuentes nos regalan un verde paraíso en el que crecen dátiles, olivas, trigo e incluso arroz. A pesar de la modernización, en la ciudad de Mut no se tiene la sensación del ajetreo masivo de la vida diaria. Te aseguro que puedes sentir como si estuvieras en mitad de la Edad Media cuando se visita la ciudad de El-Quasr, en cuyo centro histórico se levanta una mezquita de entre el siglo XI y XII y de una sencillez conmovedora.

En las pequeñas callejuelas, los alfareros dan forma a las vasijas a la manera tradicional, que ha perdurado a lo largo de los años. También es muy típico el Koscheri, un plato hecho con lentejas, pasta, arroz, cebolla frita y salsa de tomate que degustamos por la noche en una casa sobre El-Quasar, donde revivimos los momentos pasados en el día.

Aquí se administra todo de forma austera y económica, algo que sin duda ha forjado parte del carácter de esta gente. No pasa lo mismo cuando continuamos nuestro viaje hacia Luxor. Calles asfaltadas, postes de electricidad y basura amontonada a los lados de las carreteras, la huella de la civilización ha hecho desaparecer la sensación 'offroad'.

Existe la amenaza de que el encanto del desierto se empieza a cambiar por la adoración al consumismo occidental. A pesar de todo, es fácil dejarse embriagar por la ciudad de Luxor cuyo templo se erige en pleno centro de la ciudad. Después de 3.000 años de vida, la construcción ordenada por Ramses II sigue siendo fascinante.

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