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Así se fabrica un Rolls Royce

De la factoría de Goodwood saldrán este año 4.000 Rolls-Royce, todo un récord en esta marca centenaria que ha multiplicado por cuatro sus trabajadores en los últimos diez años. Nos hemos metido hasta la cocina de esta fábrica de sueños para ver cómo se hacen a mano sus coches

Un Rolls Royce es otra cosa. De otro mundo. Una sensación diferente. Lo pienso mientras voy sentado al lado de Tim Holland, el conductor del Rolls Royce Wraith que me lleva desde el aeropuerto de Heathrow (Londres) hasta Goodwood, uno de los centros neurálgicos de los apasionados del motor. Voy a visitar Goodwood para ver cómo se fabrica un Rolls Royce. Junto al mítico circuito donde Stirling Moss tuvo su famoso accidente y uno de los aeródromos con más sabor del Reino Unido. En hotel que está en el meollo. Con la gente del meollo. Y rodeados de coches del meollo. En pleno meollo. 

Lujo, estilo, calma, diseño. 
Así es el corazón de Rolls

¡Un Wraith! Menuda experiencia, sigo pensando mientras hundo los pies en una moqueta tan almohadillada que me hace dudar de la mejor alfombra que haya pisado jamás. Quedaría genial en un salón con suelos de mármol, delante de una chimenea. Tim me saca de esos pensamientos con una agradable conversación. Un tipo amable que no solo es un apasionado de los coches, sino que también es todo un artista de la fotografía.

Ya es de noche y la M25 se llena de tráfico. La gente nos mira: ¿quienes son esos dos tipos del Rolls-Royce? Le pregunto si está acostumbrado a ser el centro de atención. Lleva tantos años en la marca que no le da ni importancia. Me desgrana sus andanzas en un inglés tan pausado y calmado que le entiendo tan bien como si fuera de Cuenca. No puedo evitar preguntarme si es una norma de la casa: adecuar el lenguaje empleado al conducido. ¿Tendrá que balbucear cuando lleve a un futbolista?

A estas alturas, quizá te preguntas qué demonios hace un tipo como yo sentado en un coche que cuesta más que la casa que tengo a medias con el banco. Voy a visitar la fábrica. El único españolito que va a pisar la factoría esos días; un tío afortunado que va a ver cómo se fabrica un Rolls. A mano. 

La de Rolls Royce es fábrica muy 'verde'

Al día siguiente, un pequeño paseo en un Rolls Royce Phantom hasta mi destino. La entrada a la fábrica es sencilla. Una rotonda y una puerta. Un cartel anuncia “Rolls Royce Motor Company”. Poco más. Uno se imagina grandes puertas de oro, fuentes de oro, farolas de oro... Nada de eso. Es una factoría que se podría llamar verde.Pero eso será al día siguiente. Paso la noche en el Hotel Goodwood. Tim baja del coche y me abre la enorme puerta. En recepción no levantan ni la ceja. Me imagino que en ese edificio con tanto encanto no habrá fantasmas. Y es que hay un espíritu que lo domina todo y que no deja a los demás asentarse en sus dominios. Me refiero, por supuesto, al del éxtasis. Al Espíritu del Éxtasis.

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No molesta y no se ve, dos de las condiciones que puso Lord March, el dueño de gran parte de los campos de la zona, para permitir que Rolls se estableciera ahí. Los ingenieros lo vieron claro: movieron la tierra y bajaron el suelo de la finca. Árboles y más árboles, un par de estanques artificiales donde encuentro un grupo de aves y que sirve para refrigerar algunos sistemas de la fábrica. Hierba en los tejados. Como es otoño no se ve, pero me aseguran que en primavera se puede divisar la hierba creciendo ahí arriba, como una especie de jardín de las alturas. Aparte de la función visual está la práctica: aísla mejor y ayuda a mantener la temperatura de manera totalmente natural.

La entrada está en una especie de plaza con una fuente en el centro. Lujoso y moderno, como la imagen que quieren proyectar en la marca. A un lado un Wraith; al otro, un Phantom. Más allá un Ghost. Todos colocados lo más estratégicamente posible. Nada de ruido; nada fuera de lugar. Todo limpio.

Me sobrepongo del shock visual y atravieso la puerta de entrada. Me dicen que Jane Gale será mi guía en la visita. Para mí solo. Y que es la mejor. Mientras espero, mato el tiempo echando un vistazo alrededor. A mi izquierda un modelo de los felices años 20, acompañado de un par de modelos actuales y una especie de coche de pedales que se gana mis respetos cuando veo que tiene una pegatina del Goodwood Festival of Speed. 

Aparece Jane. Alta, espigada y de aspecto tan, tan inglés que me la imagino comiendo una paella de esas de plástico que merecen la cárcel y que venden a los turistas de la Malvarrosa a precio... ¡de Rolls!  

Como Tim, Jane me habla en un inglés claro y pausado. Es encantadora y me hace sentir cómodo desde el primer segundo. Me pide disculpas por el mono que me tengo que poner. ¿Disculpas? ¡Pero si estoy encantado! Con las iniciales Rolls-Royce y todo. Me lo llevaría a casa sin dudarlo. También me ofrece unos zapatones de seguridad y me pide que me cubra el reloj con una especie de muñequera para evitar dañar los coches. Mejor, porque para el viaje opté por mi reloj de Ferrari con el cavallino bien visible en la correa de piel. 

Los Rolls se fabrican de manera artesanal

Avanzo, subo escaleras, atravieso pasillos... De repente me veo en el comedor. Está vacío, pero es donde come la plantilla. 1.500 personas entre curritos y ejecutivos. Todos juntos. Dejo atrás las mesas y, tras pasar una puerta llego a la línea de montaje. Mejor dicho, llego sobre la línea de montaje de los Ghost y Wraith (es la que tienes justo debajo de esta columna). Jane sonríe cuando me ve la cara. Maravilloso es lo único que se me ocurre. Choca que la tranquilidad del exterior también se respira dentro. La gente está trabajando, pero con calma. Ni robots, ni soldaduras ni maquinaria pesada. Todo se hace a mano. Con herramientas de última tecnología, pero a mano.

En realidad hay dos cadenas de montaje. Al fondo podré ver la de los modelos grandes: Phantom y Drophead Coupé. La que veo ahora son los ¿pequeños? Ghost y Wraith. Me dice Jane que los gordos necesitan dos horas y media y que atraviesan 11 posiciones antes de salir rodando. En el caso de los que tengo a mis pies, son 16 puestos de montaje en los que el coche está ¡49! minutos. Pregunto el porqué de esa cifra. “Los alemanes”, me responde con una amplia sonrisa. 

¿Has visto la Rolls Royce Suhail Collection?

El caso en que todos los Rolls-Royce que se ensamblan en Goodwood son capaces de arrancar e irse por su propio pie (o rueda) cuando salen de las 11 o 16 posiciones. Su destino: las cabinas de test finales a las que luego me asomaré. 

Pero no son el fin de su historia. De hecho, el primer paso de la línea de montaje no es el inicio de la historia. Las carrocerías llegan de Alemania desnudas y únicamente con el tratamiento de imprimación. En las cabinas de pintura pueden llegar a estar seis días, durante los que se emplean unos 30 litros de pintura de media. Y eso si se opta por los colores normales. Nina es una trabajadora en prácticas que viene de la escuela de pintura de Rolls en Alemania. Se necesitan tres años para obtener el título y no es tarea fácil. Ella ha sido una de las mejores, y por eso está allí. Nos acompaña a ver los únicos robots, los que pintan con máxima precisión. Todo está plastificado y protegido. Una mota de polvo allá abajo podría resultar catastrófica. 

Silencio, pulcritud... Es la tónica dominante en cualquier esquina de la factoría. Salimos de la zona de pintura y dejamos atrás varias carrocerías desnudas. 

En la fábrica de Rolls Royce el cliente es quien manda

“Esto no es nada comparado con la terminación del departamento de personalización denominado Bespoke”. Esto me lo dice, Chris, ingeniero de pintura y uno de los puestos clave en el departamento. Me enseña verdaderas virguerías en forma de paragolpes: son los trabajos de fin de curso de estudiantes como Nina. Le pregunto qué es lo más difícil en este departamento: “Los colores candy”, dice sin pensar. Acto seguido me enseña un pintalabios Chanel de rosa chicle y una muestra de pintura del mismo color. “Este tipo de peticiones dan mucho trabajo”. Al lado, otro ejemplo, esta vez de pintura color oro. Y por color oro me refiero a eso: oro. De 24 quilates.

Y es que aquí tienen cabida los deseos más locos del cliente. Para demostrármelo me llevan a ver a Mike, que está realizando a mano alzada un ligero bisel a lo largo de los cinco metros de carrocería de otro Ghost. En esta ocasión no es rojo, sino marrón. No le hace demasiada gracia tenerme husmeando en su trabajo, aunque, como todos los trabajadores, accede amablemente a explicarme lo que está haciendo. Pone una condición para que permanezca ahí: no quiere que haga fotos al coche ni que grabe los detalles, ya que el futuro propietario de este modelo podría reconocerlo y, quizá, meter en problemas a la marca.

Dan las 12. Me toca comer con Lars Klawitter, el responsable del departamento Bespoke. Compruebo con mis propios ojos que hay gente que aprieta tornillos sentada al lado de ingenieros que están creando piezas para los Rolls del futuro. La comida no está mal, pero apenas pruebo bocado: lo que me dice Lars es de verdad interesante, y eso que no se aleja demasiado de un discurso eminentemente oficial. 

Le pregunto cuánto se tarda en crear un modelo bespoke: de media, tres o cuatro meses de trabajo mano a mano con el cliente, que puede pedir cosas de lo más insólito. Por ejemplo, hay un Phantom al que le están haciendo más hueco en el maletero. Puede parecer sencillo, pero las 70 personas dedicadas al desarrollo han tenido que trabajar duro para mover la batería y añadir esos centímetros extra en el buque insignia de la marca, lo que no es decir poco.

¿Sabías que Cristiano Ronaldo estrena un Rolls Royce Ghost?

Le insinúo que hay verdaderas horteradas, pero quizá el matiz se pierde en el camino al preguntarle en inglés. Su respuesta es de lo más correcta: no solo se puede personalizar, sino que también se puede deshacer. Por ejemplo, si te compras un Rolls usado, puede que prefieras quitar las iniciales del anterior propietario.

El caso es que de media, nueve de cada 10 modelos que salen de la fábrica se personalizan, desde pequeños detalles como un dibujo en la guantera hasta grandes locuras. ¿Dónde está el límite? En la seguridad. “Ah, y no tocamos la carrocería”, añade, aunque en seguida me puntualiza que están estudiándolo. Me acuerdo de las creaciones exclusivas que hacían los carroceros como Mulliner o Park Ward hace más de medio siglo... Aunque también me imagino un Rolls Royce Phantom Shooting Brake. Tiempo al tiempo.

Tejer la piel, pulir la madera...

Tras las comida, vuelvo con Jane, que me vuelve a recibir con una sonrisa. Me pregunta qué quiero ver ahora. Me gustaría acercarme a los departamentos más artesanos, donde tejen la piel o pulen la madera. ¡Perfect! Allá vamos de nuevo.

Por el camino me explica que la gente trabaja con sumo cuidado, que el gusto por el detalle es elevadísimo. Entramos en la zona de costura. Silencio de concentración y muy buena iluminación. Un operario maneja un proyector sobre una lámina enorme de piel en la que han marcado con tiza los defectos. El chico coloca dibujos que salen de la lente superior con luz de láser como si fuera un rompecabezas. El sistema memoriza las posiciones de cada parte y, cuando están colocadas todas las piezas, una máquina las corta automáticamente. Luego, las manos expertas de los especialistas se encargan de colocarlas en reposacabezas, asientos, consola central... Tienen diversos moldes donde comprueban que todo encaja bien. 

Acto seguido entro en la sección de madera. Una carpintería de millones de euros... y mucho más elegante. Un artesano está lijando con mimo una pieza en la que más tarde encajará un reloj. Tienen un pequeño margen de error: si se pasan con el corte o con la lija, pueden colocar un trocito adicional de madera. Después lo lijan y dejan la pieza con la forma perfecta que uno se espera en un coche de varios cientos de miles de euros.

Para terminar, una visita al área de test: cada Rolls es sometido a una lluvia intensa durante 22 minutos. Un especialista controla que la estanqueidad sea la adecuada. Es decir: ni una gota dentro del habitáculo. También hacen rodar todos los modelos en un banco de pruebas donde se comprueban tolerancias... para finalmente rodar en otro banco de pruebas, pero más real: las estrechas carreteras de los alrededores: todos y cada uno de los Rolls que ves en la carretera se han probado en tráfico real por especialistas. Puede que el trabajo más estresante de todos los que hay en Goodwood: ¿Qué se sentirá al ser el primero en conducir un modelo único cuyo dueño lleva esperando muchos meses? “¿Y si algo sale mal?”, le pregunto a Jane. Nada sale mal. ¡Estamos en Rolls Royce! Lo dicho: un Rolls es otra cosa.

Como colofón, aquí tienes nuestra visita a la fábrica de Rolls Royce en vídeo:

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