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Ruta 4x4: un Toyota Land Cruiser en la cima del mundo

Nacho de Haro

Puertos de montaña a 5.000 metros de altura y plagados de curvas, pistas llenas de baches, misteriosos monasterios y, de fondo, el Himalaya: así es el Tíbet, uno de los destinos más exóticos que existen.

En esta ruta 4x4 visitamos Lhasa, una ciudad llena de vida. Es muy ruidosa y distinta del concepto que yo tenía de la ciudad misteriosa, la capital del Tibet, rodeada de las grandiosas montañas del Himalaya.

Lhasa quiere decir "lugar de los dioses", aunque viejos documentos tibetanos y varias inscripciones han revelado que hasta principios del siglo VII el emplazamiento se llamaba Rasa, que significa "lugar de cabras".

La visión del barrio antiguo está dominada por el palacio de Potala. Es impresionante ver, desde muy temprano, el desfile de peregrinos tibetanos que dan vueltas alrededor del Jokhang, el santuario nacional del Tíbet. En el templo se encuentra el buda Jobo Shakyamuni, la imagen más venerada del país. La leyenda dice que al visitarlo se multiplican las posibilidades de que tengas una reencarnación afortunada.

¿Siguiente destino? La cima del mundo. La verdad es que tampoco hay nada que temer, ya que al volante del pesado Toyota Land Cruiser FZJ 80 se encuentra nuestro chófer, Yamba, que conduce con una seguridad pasmosa. El Tíbet es la patria del Land Cruiser: mires por donde mires te encuentras este sólido 4x4. Eso sí, desde hace un tiempo le acompañan por las calles SUV chinos plagados de pegatinas. Los coches con motor diésel son aquí una excepción, ya que dan muchos problemas en medio de los durísimos inviernos tibetanos. Nuestro Toyota serpentea sin fin hacia Khamba La Pass, a 4.750 metros de altura, y ofrece una visión maravillosa del lago Yamdrok, que resplandece con su color azul turquesa.

Valle abajo está Gyantse... me encuentro a 4.000 metros de altitud. Aunque llego con la respiración cortada, puedo contemplar la Stupa del monasterio de Palkhor. Las siete plantas de este gigantesco sepulcro budista, plagado de capillas, son una impresionante muestra de la fe tibetana.

No es menos imponente el árido escenario de alta montaña que nos ofrece el Friendship Highway rumbo a la cresta del Himalaya. La cosa se pone seria: nuestro Land Cruiser tiene que probar sus excelentes recorridos de suspensión mientras trepamos, en dirección al monasterio de Rongphu, hasta el campamento base del Everest. Llegamos allí prácticamente sin aliento... Viendo desde aquí que aún quedan 3.800 metros de escarpadas paredes de hielo, se entiende perfectamente por qué el Qomolangma, el nombre que los tibetanos dan al monte Everest, es una montaña sagrada.

Ahora sólo queda lanzarse cuesta abajo. A pesar de que llego encantando de esta experiencia offroad, me da alegría volver a pisar el asfalto de la Friendship Highway, la carretera que lleva a Nepal. Ahora está asfaltada. Eso favorece el tráfico, pero también amenaza la privilegiada posición del Land Cruiser. Sus habilidades de escalador ya no son tan imprescindibles.

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