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Detroit resurge de sus cenizas y apaga su oscuridad

Tras haber salido de la bancarrota en noviembre de 2013, la otrora decadente ciudad de Detroit renace gracias a la inversión privada que la está convirtiendo en un hervidero de empresas tecnológicas. La ciudad del motor arranca de nuevo

Hace seis años, aprovechando un viaje por carretera desde Nueva York a Chicago, hice una parada en Detroit. Tal y como conté en un reportaje sobre la ciudad del motor, unos amigos estadounidenses me advirtieron del “riesgo” de pasar por la decadente Motor Town. “Tampoco creo que la cosa sea para tanto”, me dije, en un intento por convencerme a mí mismo de que esa parada en Detroit no era una mala idea del todo. Y lo que me encontré fue una ciudad abandonada, en ruina, con edificios cerrados o destruidos, sin un alma en la calle. Una ciudad muerta.

Estamos hablando del año 2009, es decir, todavía no había ocurrido lo peor, la declaración de bancarrota a finales de 2013 por parte del ayuntamiento de una de las ciudades que había sido una de las más dinámicas y ricas de Estados Unidos. ¿Cómo se pudo llegar a esta situación? ¿Cómo había sido posible que la urbe que había sido la Ciudad del Motor, cuna de la familia Ford, sede de las Big Three [las tres Grandes: Chrysler, Ford y General Motors], convertida en la archifamosa Motor Town, por su ubicación estratégica cerca de la industria maderera y del acero, había tocado fondo hasta entrar en la lista negra de las peores y más pobres ciudades de Estados Unidos, la primera potencia mundial? ¿Cómo una ciudad que cuenta con joyas arquitectónicas como The Guardian Building (la llamada catedral de las finanzas), un museo, el Detroit Art Institute, que cuenta con una de las mejores colecciones del mundo –entre las que se incluyen cinco Van Gogh, obras de Matisse y de Picasso, entre otros muchos– e incluso una ópera, puede haberse hundido en la miseria?

Los motivos del desastre de Detroit: la tormenta perfecta

Las causas de este desastre sin precedentes no hay que buscarlas en la supercrisis surgida por la burbuja inmobiliaria y las hipotecas subprime (basura) que aún seguimos padeciendo en España; no, las raíces de esta caída a los infiernos datan de décadas atrás, en una suerte de tormenta perfecta, en la que entre unos y otros la mataron, y ella sola se murió.

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Según se explica en un completo informe realizado por el portal de información estadounidense Detroit Free Press, la crisis de Detroit comienza a fraguarse en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, tras alcanzar el apogeo económico a raíz de reconvertir la industria automovilística en militar. El dinero corría a espuertas, aunque los ingresos eran ya por aquel entonces inferiores a los gastos. Aun así, la corporación municipal comenzó a aumentar su plantilla a finales de los años 50 del siglo XX. Detroit contaba en aquella época con una población que rozaba los dos millones de habitantes, pero ya se estaba empezando gestar la causa más nociva: la despoblación. Los residentes de Detroit comenzaron a mudarse hacia los suburbios, cambiando pisos por viviendas unifamiliares. Este proceso comenzó a acelerarse en el momento en que las inmobiliarias con agentes sin escrúpulos con tal de vender casas, empezaron a meter miedo a la población de raza blanca que aún residía en la ciudad con argumentos como que los nuevos vecinos que tendrían serían de raza negra, cargados con su mochila de estereotipos (delincuentes, drogadictos, etc.). Habían nacido las dos Américas: la blanca, rica y privilegiada residente en el extrarradio, y la negra, pobre y urbana.

Al mismo tiempo que se producía la despoblación urbana, se gestaba otro factor determinante: la desindustrialización. A pesar de que la bollante industria automovilística estadounidense crecía sin parar, no fue capaz de ver lo que se avecinaba desde Asia. Personajes históricos de la industria como Lee Iacocca –padre entre otros modelos del mítico Mustang y que ocupó puestos directivos en Ford y Chrysler– comentaban ufanos que echarían a la competencia japonesa como lo hizo el Ejército norteamericano con Japón durante la guerra del Pacífico. No podría haber estado más equivocado: los automóviles nipones eran más fiables y, sobre todo, más baratos, porque sus costes de producción también eran inferiores. Y es que las marcas japonesas, como Toyota, instalaron sus plantas en estados del sur de EEUU, donde los convenios colectivos son menos rigurosos y los sindicatos tienen mucho menos poder y los trabajadores, por ende, menos privilegios. Justo lo contrario de lo que ocurría en Detroit.

Con esta tormenta perfecta, en la que se mezclaba que la población de Detroit comenzaba a menguar hasta niveles alarmantes, y los consumidores estadounidenses dejaron de adquirir automóviles nacionales y se inclinaban por los japoneses –lo que conllevaba al despido de trabajadores en las plantas de producción e incluso al cierre de las mismas–, los ingresos de la ciudad de Detroit cayeron estrepitosamente. Más y nuevos impuestos Para frenar esa caída de los ingresos, el ayuntamiento de Detroit subió los impuestos, creó nuevas tasas y redujo o incluso eliminó al mismo tiempo servicios públicos sociales. Todo ello se convirtió en un círculo vicioso, pues la Motor Town pasó a ser una ciudad cara y poco atractiva para residir, lo que empujó a un éxodo aún mayor hacia el extrarradio. Hasta el punto de que la población cayó hasta 700.000 habitantes, es decir, una descapitalización del ¡65%! Y el círculo vicioso siguió complicándose aún más cuando el ayuntamiento empezó a pedir créditos y endeudarse para poder hacer frente a los pagos. No es de extrañar que se llegara a la quiebra técnica de Detroit a finales de 2013…

Detroit comienza a ver la luz

Pero más de un año después la situación es, afortunadamente, distinta. Detroit está apagando su oscuridad y se empiezan a ver brotes verdes y luz, mucha luz, sobre todo tras salir de la quiebra en noviembre de 2014, gracias a una fuerte inversión pública y, sobre todo, privada. Es cierto que aún queda mucho por hacer, pero durante mi estancia en Detroit para cubrir el NAIAS (North American International Auto Show) he visto muchos signos de que algo se mueve en la Motor Town. Para empezar he visto obras, tanto en la calle como en los edificios. Es cierto que no he visto apenas gente en la calle, más allá de los periodistas acreditados en el Salón de Detroit, pero también es verdad que fuera hacía un frío que pelaba (hasta 19º bajo cero). Sin embargo, es mucho lo que se está moviendo en la ciudad del motor, y lo más destacado son las inversiones que está haciendo el millonario Dan Gilbert, propietario entre otras muchas empresas, de Quicken Loans, la mayor empresa de préstamos online de Estados Unidos y la segunda más grande a nivel nacional. De hecho, Gilbert ha trasladado su sede a Detroit –y a sus 12.500 empleados– y está renovando y activando más de 60 inmuebles, que estaban en desuso.

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Otra empresa emblemática que se ha mudado hasta Detroit para fijar su sede es Shinola, especializada en la fabricación artesanal de relojes, bicicletas y agendas, y que en Estados Unidos es muy famosa y trendy. Un capítulo aparte es la seguridad, pero también parece que en ese aspecto está mejorando la situación. Tecnología del automóvil Y aunque en Detroit –concretamente en Dearborn, sede mundial de la marca del óvalo– ya sólo se fabrica la pick-up Ford F-150, lo cierto es que la industria del automóvil vuelve a resurgir en la Motor Town. Y es que la estrategia de Gilbert persigue convertir Detroit en una suerte de Silicon Valley, sólo que mucho más barata. Esta circunstancia ha propiciado que estén surgiendo muchas start-ups (compañías incipientes) tecnológicas y muchos emprendedores se haya trasladado a la ciudad del motor, donde, además, se ha creado un fondo de inversión que acelere los proyectos más viables. Y entre estas nuevas compañías tecnológicas han surgido firmas dedicadas al desarrollo del coche autónomo, que diseñan y producen sensores y sistemas de conectividad.

No es de extrañar que Detroit haya sido elegida por la revista Computer World como la mejor ciudad de Estados Unidos para trabajar en la industria tecnológica por quinto año consecutivo.

Proyecto Heidelberg: arte catártico en Detroit

El Proyecto Heidelberg es la demostración más palpable de cómo con tenacidad, voluntad y una fuerza inconmensurable para no rendirse se le puede dar la vuelta a las cosas, incluso en una ciudad como Detroir. El origen de este proyecto se remonta a 1986, cuando el artista Tyree Guyton regresa a la calle Heidelberg, donde él se crió, y se encontró un panorama desolador: un barrio en ruinas y completamente empobrecido donde el submundo de las drogas campaba a sus anchas. Marcado por el drama de haber perdido a tres hermanos en las calles y estimulado por su abuelo para empuñar un pincel en vez de un arma y buscar soluciones, se dedicó a transformar el barrio y convertirlo en una gigantesca obra de arte urbana.

Detroit resurge de sus cenizas y apaga su oscuridad

Fue así, con ayuda de donantes, como nació el Proyecto Heidelberg, cuya misión es inspirar a la gente para que aprecie la expresión artística y así enriquezcan sus vidas, y mejorar así la salud económica y social de la comunidad. Y ha dado resultado, porque durante estos años no se han producido crímenes en el barrio.

Fotos: GJ, MeetDetroit, Russteaches, The Heidelberg Project

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