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El botón S del Maserati Quattroporte GTS

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Hace unos días, para hacer un vídeo sobre el pasar el Eurotúnel en coche, viajé hasta Londres con Mikel Prieto, el fotógrafo de AUTO BILD. Después de un madrugón inmisericorde, sobre todo por ser en domingo, llegamos a Gatwick, donde nos esperaba Alan, un veterano empleado de Maserati, para entregarnos un flamante Maserati Quattroporte GTS con el objeto de regresar a Madrid.
Más que tener un coche de 160.000 euros esperándome en el parking de un aeropuerto, cosa que no me había pasado nunca, lo reconozco, recordaré durante mucho tiempo la doble sacudida de cabeza, con tres pestañeos intercalados, que Alan nos dedicó cuando a la pregunta de cuándo os volvéis a Madrid nuestra respuesta fue “inmediatamente, de hecho, tenemos prisa”. Ni medio minuto había durado su flema inglesa, aunque si no sabía cuál era el motivo que nos había llevado allí, semejante contestación tiene que resultar sorprendente por fuerza.

Entre el aeropuerto de Gadwick y Folkstone, la localidad inglesa donde el eurotúnel tiene su salida o comienzo, según se mire, hay exactamente 130 kilómetros y dos rotondas. Al ser la primera vez que conducía por la izquierda, recuerdo con mucha más claridad las segundas. Pasado el túnel y terminado el trabajo principal de contar todo el proceso en un vídeo, salimos en el lado de Calais con la idea de llegar a Rouan o, quizá, a Toulouse.

Sin embargo, el sonido que salía debajo del capó del Maserati Quattroporte GTS comenzaba a gustarnos tanto a Mikel y a mí, que decidimos seguir conduciendo mientras no nos sintiéramos demasiado cansados. Pasados unos cientos de kilómetros, el murmullo del motor 4.3 V8 del Maserati empieza a hipnotizarte. El color negro de su carrocería lo hacía ligeramente más discreto de lo que denotaba el ronroneo que constantemente te acaricia desde detrás del volante… hasta que descubrí para qué servía el botón S que hay en el salpicadero del Quattroporte.


En el cuentarrevoluciones, la aguja sube unas 300 vueltas nada más apretarlo y se obtiene un poco más de par del motor, aunque en lo que verdaderamente se nota es en que el ronroneo se transforma en un gruñido ronco y salvaje. Buscas un coche cuyo conductor vaya medio despistado y a escasa velocidad, te colocas junto a él y luego presionas el botón S para dejarlo atrás como si fueras subido en un cohete. La gente se pegaba a las ventanillas para ver qué era lo que les había adelantado. Así, hicimos unos 1.000 kilómetros más, de manera que prácticamente sin darnos cuenta habíamos cubierto casi dos de las tres etapas programadas para el viaje, que se acortaba por momentos.

En Leon, un pequeño pueblo turístico en las Landas, dormimos en un pequeño hotel a las orillas de un lago, del que conservo una tarjeta porque las vistas merecen que vuelva por allí algún día. Pero lo mejor de todo es que el sitio era tan tranquilo que pude dejar durmiendo el Maserati en un pasto justo delante de la puerta del establecimiento, sin preocuparme demasiado. Por la mañana, tras un par de ‘croisanes’, ya solo faltaban 750 km para llegar a Madrid…

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no tienen por qué coincidir necesaria o exactamente con la posición de Axel Springer o Auto Bild España.

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