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La aventura marroquí de AUTO BILD 4X4 (días 9 y 10): El viaje no termina aquí...

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Juan Antonio Corrales


Días 9 y 10: Epílogo de una aventura que continuará en el número 50 de AUTO BILD 4x4

Cuando escribí en el post del segundo día que me sentía como Russel Crowe en Gladiator, nunca pensé que pisaría la misma arena que él. Sí, lo que estás leyendo, la misma arena.
Me explico. Tras la travesía del lago Iriki, el siguiente alto en el camino fue la ciudad fortificada de Ait-Ben-Haddou. Este recinto amurallado, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, ha sido el escenario de muchas películas y, entre ellas, Gladiator. El tono ocre de sus muros es el mismo que grabaron las cámaras de Ridley Scott en su día. Incluso el cinematográfico Lawrence de Arabia ha paseado palmito por estos lares.

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Tras reanudar la marcha, la caravana de Suzuki se dirigió hacia el final del viaje: Marrakech, una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. Pero para ello, había que cruzar dos accidentes geográficos que quitaban el hipo: el primero, la garganta del Dades y el segundo, un puerto de montaña de la cordillera del Atlas a unos 2.200 metros de altitud. De estos lugares han quedado grabadas en mi retina dos imágenes contrapuestas, pero igualmente espectaculares. La primera, los pequeños pueblos situados en los bordes de la garganta del río Dades, con sus frágiles construcciones de adobe que parecía fueran a derrumbarse con tan solo un sóplido. La segunda, la copiosa nevada que cayó subiendo el mencionado puerto del Atlas: el termómetro llegó a marcar dos grados bajo cero.

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Finalmente todo el grupo llegó sano y salvo a Marrakech, dispuesto a regatear en su famoso zoco. ¿Un consejo? Paciencia, mucha paciencia y no creerte nada de lo que te dice el vendedor. Aún así, siempre te quedará la sensación de que te han engañado en el precio. Sobre todo por esa sonrisa pícara con la que los comerciantes cierran el trato.

Por la noche, cena amenizada con bailarinas y cuscús en uno de los sitios más de moda de Marrakech, el Palais Jad Mahal y prontito a la cama porque, aunque el viaje por pistas y caminos ya había terminado, quedaba un maravilloso tramo Marrakech- Madrid (unos 1.000 kilómetros) con travesía por el estrecho de Gibraltar y operación retorno de Semana Santa incluida. La despedida, como no podía ser de otra manera, tuvo lugar en un improvisado pic-nic en la cola, justo antes de coger el ferry.

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Para terminar, quiero dar las gracias a todos los miembros del grupo por lo bien que me lo han hecho pasar y por dejarme compartir su día a día con vosotros: Bea y Javi, Carlos y Andrés, Carlos Bis y Alfredo, Jorge y José, Miguel y Suso, Inés y Eva, Carolina, y  por supuesto, a los guías-organizadores que han aguantado todo tipo de sucesos con gran estoicismo: Nico y Fernando, los cuales han llevado a los pollitos (como a ellos les gustaba llamarnos) a buen puerto.

P.D 1: lo que aquí he ido escribiendo han sido tan sólo retales de un viaje que ha dado mucho más de sí. En el reportaje del próximo número de AUTO BILD 4x4 te contaré cómo el grupo se quedó sin agua a las puertas del desierto o la mordedura que puso mi antebrazo como el de Popeye y cuya señal todavía conservo.

P.D 2: menos mal que no he tenido ningún problema con la autoridad en el viaje de vuelta, porque ya no me quedaba merchandising. 


DÍA 8: El grupo vence al desierto

-Yo he cruzado el Lago Iriki, -exclama Miguel Ángel.

-Yo también lo he logrado, -grita exultante su copiloto y amigo Suso.

Pero la expedición ha atravesado algo más que este lago desértico, cuyos límites se pierden en el horizonte.  Ha traspasado sus propios límites, tanto físicos como mentales. La experiencia en conducción 4x4 de la mayoría de ellos era prácticamente nula. La travesía hacia el lago Iriki ha sido su bautismo de fuego.

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Además, también han coqueteado con las inmensas dunas  del Erg Chigaga sin necesidad de sacar la pala,. Han aprendido a entender la arena, a llevarse bien con ella, a acariciarla para que no se trague sus vehículos, a aprovecharse de ella para divertirse con sus 4x4. Las caras de todos los miembros del grupos al atravesar esta pequeña parcela de desierto ya no reflejaban la ansiedad o nerviosismo de los primeros días, sino confianza y seguridad. 

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Tras dejar atrás este reino de arena, han pisado a fondo el acelerador y conducido por el mencionado lago como manda la tradición, prácticamente a fondo. No hay mayor sensación de libertad para un conductor que abalanzarse sobre el camino sabiendo que no tiene límites, ni a lo ancho, ni a lo largo. Daba gusto ver a todos conduciendo prácticamente en paralelo mientras contemplaban en la lejanía los espejismos que brindaba el desierto.

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Pero no todo ha sido diversión y victoria. Para completar este viaje al paraíso del 4x4 y salir de los dominios del lago Iriqui, el grupo ha tenido que pasar una última prueba: una pista infestada de piedras que hacia vibrar cada centímetro del Suzuki Grand Vitara. Dura, muy dura. Tanto que hubo que pagar un pequeño tributo para salir indemnes de este pulso a la naturaleza: un amortiguador trasero del coche de Miguel Ángel y dos del mío.

- Nico, ¿por qué se han reventado los amortiguadores?, -le pregunto.

- La dureza de este territorio.

Por el tono de su voz, estoy seguro de que no es la primera vez que le sucede algo así a nuestro guía.

Una vez superada esta pista, el color negro del asfalto ha aparecido por primera vez en mucho tiempo y, la verdad, la sensación de volver a él ha sido extraña. No sabría explicarlo muy bien: simplemente no me sentía cómodo sobre él. Quizás echaba de menos la imperfección de las pistas, o tal vez el desafío constante que supone dominar el coche en circunstancias complicadas.

Finalmente el grupo ha llegado a una gasolinera, el primer reducto de civilización después de muchos kilómetros y aún más polvo. Mientras llenaba el depósito (con menos ansiedad que la jornada anterior, ya que, una vez en la carretera, se podían encontrar con más facilidad) ha ocurrido uno de los momentos más mágicos del viaje: la esposa de Fernando, Eva, junto con su princesita de cinco años, Inés, ha estado repartiendo ropa entre los niños del lugar. A una pequeña, probablemente de la misma edad que Inés, le ha regalado unas zapatillas. Ella casi no sabía cómo ponérselas, supongo que por la falta de costumbre, y madre e hija le han ayudado con mucha ternura. Ha sido algo realmente bonito.

DÍA 7: La última cena

Durante la cena he escuchado el briefing de Nico para afrontar la jornada de mañana, y, la verdad, tengo una mezcla de escalofríos y expectación en el cuerpo. Mañana es el día donde todo el grupo deberá dar lo mejor de sí mismo para evitar que la ruta se convierta en un maremagnum de atascos, averías e incluso, abandonos. Atrás quedaron las zonas donde juguetear con la arena de playa no implicaba mayor problema.

Te pongo en situación. Ahora mismo me encuentro en Mhamid, un enclave localizado al sur de Marruecos, relativamente cerca de la frontera con Argelia.  Este lugar está considerado como la puerta del desierto (a juzgar por la ristra de consejos y avisos que me han dado los guías, bien podría ser la puerta de Mordor). De hecho, hemos llenado los depósitos hasta reventar en la última gasolinera de estos lares: después de ella es mejor no quedarse sin combustible.

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Todo el ambiente esta impregnado de la arena del Sahara, que va cubriendo poco a poco las casas de adobe, las aceras, las carreteras, como si quisiera recuperar un territorio que alguna vez fue suyo. Las dunas sitian, literalmente, el perímetro de esta pintoresca población.

Al amanecer me dirigiré hacia el Lago Iriki, un espejismo de agua cubierto por una fina capa de sal. Para llegar hasta él habrá que conectar la reductora, apurar las revoluciones y sortear dunas con la soltura que te cambiarías de carril en la circunvalación de tu ciudad. La ruta continuará por antiguos cauces de ríos, que ahora sólo llevan arena. ¿El inconveniente? Este trazado es totalmente plano y, si no llevas inercia, te quedas atascado. Si el que viene detrás tuya no te esquiva, también le sucederá lo mismo, y así sucesivamente con el resto de los Grand Vitara hasta que el grupo se acuerde de la familia del que encalló en primer lugar.

Antes de escribir este post pensaba contarte el trabajito que me ha costado hoy superar un camino tan lleno de piedras, que el adjetivo pedregoso se quedaría bastante corto. Pero, después de la explicación de esta noche, intuyo que lo de hoy no ha sido más que un juego de niños. Javi, el conductor más joven del grupo ha utilizado una expresión un poco exagerada, pero que deja traslucir su nerviosismo: "Estamos en la última cena".  


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Yo no lo creo. Hoy Alá se ha portado de fábula y ha estado al lado de Suso en todo momento. Ahora bien, creo que mañana tendrá que pedirle ayuda al Dios cristiano para poder dar abasto con todos los miembros del grupo.

DÍA 6: Un país surrealista

Imagínate que vas conduciendo en España y, de pronto, te encuentras con un desvío porque están haciendo una nueva carretera. Imagina que, en lugar de hacer caso a las indicaciones, te internas en esta autovía recién asfaltada y continúas por ella hasta que te encuentras el camino cortado. Entonces te sales de la carretera, te coges un pista que va paralela y vuelves al asfalto varios kilómetros más adelante. Repites esta operación una y otra vez hasta que llegas a tu destino.

Durante este peculiar trayecto te encuentras con trabajadores de la obra, capataces, y, en lugar de decirte qué narices estás haciendo allí, te saludan con la mano, te sonríen y, para colmo, te indican por dónde tienes que ir. El clímax de este viaje por carreteras que todavía no pueden ser consideradas como tal viene cuando hay excavadoras y camiones trabajando en medio de la carretera. Sus conductores, en lugar de increparte y lanzarte vituperios, se apartan amablemente para que continúes tu camino por una vía que, en teoría, no estaba abierta al público.

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Pues este recorrido tan peculiar es el que hemos hecho durante un buen puñado de kilómetros, en nuestro camino hasta Ouarzarzate, la puerta del desierto. Yo todavía no me explico como es posible que hayamos 'inaugurado' una carretera antes que el mismísimo rey de Marruecos, Mohamed VI. Pero este país es así. La frontera entre lo legal y lo menos legal es tan tenue que casi no existe. Si sabes aprovecharte de este peculiaridad, por llamarlo de alguna manera, le sacarás más jugo al reino alauita.

En otro orden de cosas, cabe destacar el logro de un compañero de viaje, amigo del clon de Buenafuente que te describía en el anterior post: Andrés. Ha pasado su primer examen de conducción 4x4 con nota, y más si tienes en cuenta que su negociado está más relacionado con las teclas de un piano que con el volante de un todoterreno.

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Ahora el papel de novato le toca a otro amante de la aventura recién incorporado a la expedición, Jesús (Suso para los amigos). Su conocimiento en las artes de la conducción todoterreno están todavía por demostrar y las dunas del desierto se encuentran a la vuelta de la esquina. Estoy deseando contarte como gestionará el asunto. Mientras tanto, Nico y Fernando, los guías espirituales del grupo, tienen preparada una herramienta esencial cuando se trata de lidiar con la arena del desierto: la pala. Que Alá guíe el volante de su Grand Vitara.

 

DÍA 5: La hora de las batallitas

Una mujer entra en una tienda y pregunta:

- ¿Tiene usted zapatos de cocodrilo?

- No señora. Lo sentimos.

- ¡Pues vaya! Cocodrilo, vámonos.

Este es uno de los muchos ( y algunos igual de absurdos) chistes que amenizan nuestras veladas nocturnas tras la cena. En este momento de relax y cervezas solemos hacer una recopilación de las vicisitudes y ocurrencias del día.

Por ejemplo, hoy han querido cambiar a mi acompañante por 10.000 camellos, según palabras de un lugareño de Agadir que vestía un traje a la manera tradicional marroquí. Yo, por supuesto, le he respondido que no estaba en venta… salvo si me conseguía un Mercedes W123 (también conocido como Talibán) de los que rondan las avenidas del reino alauí. Al final ni ha habido trato con el sujeto en cuestión ni he conseguido justificar la posible venta a mi copiloto femenina. Aunque por lo menos he logrado llevar el nombre de AUTO BILD 4x4 a lo más alto de un dromedario, como podéis ver en la foto.

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Otra de las peripecias del día la ha llevado a cabo un compañero de expedición llamado Carlos. Tras un generoso almuerzo a base de fabada Litoral cerca de un acantilado de la costa, hemos recogido los desperdicios y los hemos metido en una bolsa. Pues bien, hoy le tocaba a Carlos encontrar un contenedor y tirarla (aunque parezca mentira, cuesta encontrar contenedores en Marruecos). Entonces se ha acercado a su coche un lugareño y le ha pedido algún tipo de souvenir. Ni corto ni perezoso le ha obsequiado con la bolsa de basura como si fuera uno de sus bienes más preciados y el muchacho se la ha llevado tan contento. Me parto de risa cada vez que me imagino la cara del muchacho abriendo la bolsa y viendo los restos de fabada en su interior.

Para concluir con el apartado de batallitas y no aburrirte más, hoy también he asistido a la maniobra de negociación más avispada que han visto mis ojos. El mismo sujeto en cuestión, Carlos (Buenafuente a su lado es un aficionado) ha entrado en una tienda de souvenirs y se ha enamorado de un yembe. El vendedor le ha dicho que el precio era de 450 dirhams (unos 41 euros). Mi compañero de viaje ha sacado un billete de 200 y le ha dicho: "esto es lo que tengo."
El vendedor no terminaba de entrar por el aro hasta que Carlos se ha sacado un arma secreta: "Toma, te doy 200 dirhams y un boli con calendario extraíble". Cuando el comerciante ha visto que del bolígrafo salía un calendario enrollado, se le han iluminado los ojos y ha aceptado el intercambio: 200 dirhams (18 euros) y un boli. Moraleja: si vienes a Marruecos, pásate antes por una papelería. Cada euros que gastes en ella te va a salir muy rentable.




Días 3 y 4: Cuando no sabes lo que hay al otro lado de la duna

En los dos últimos días he experimentado en mis propias carnes la conducción semisuicida de los lugareños (que por cierto, se empeñan en ampliar la habitabilidad de las motocicletas de las dos plazas reglamentarias hasta cantidades indecentes), esquivado algún que otro camello pululando por caminos y pistas, conducido por playas vírgenes con el océano atlántico de fondo y, cómo no, colaborado en labores de rescate para sacar a compañeros de viaje de algún que otro embrollo. 

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Pero si tuviera que destacar especialmente algo, ese algo sería la sensación de subir una duna dando gas para no perder inercia y, cuando estás cerca de coronarla, no saber qué hay al otro lado. Esa sensación de vacío en el estómago que te recorre cuando vas bajando en una montaña rusa es la misma que experimentas cuando coronas la duna y bajas en picado. Necesitas una mezcla de arrojo, técnica, temple y, por supuesto, intuición. De otra forma puedes quedarte empanzado o, incluso, hacer un arreglo de chapa a los bajos del coche.

Reconozco que esta primera zona de dunas que hemos encarado, cerca de Essaouira, en la costa occidental de Marruecos, no es el lugar donde puedes encontrarste las montañas de arena más altas, pero sirven como piedra de toque para hacerte a una idea de lo que vendrá después. Y es que para empezar a correr, primero debes aprender a andar.

De momento, mi copiloto ha tenido el dudoso honor de desprender una protección de plástico de los bajos del Grand Vitara bajando una de esas dunas. Pero las cosas hay que verlas con optimismo: ahora tenemos más ángulo de ataque para afrontar futuros obstáculos. 

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Día 2. Del papeleo de la aduana a sacarse la arena de las botas.

No sé si conocerás un libro que se llama El proceso, de Kafka, o quizás te suene más la peli de Astérix y Obélix donde tienen que hacer 12 pruebas y una de ellas consiste en pasar por un infierno de papeleo burocrático… Pues si mezclas ambas historias y pones a un marroquí con uniforme al frente de todo, entonces te puedes hacer una idea de lo que ocurre en la frontera de Tánger.

Si es posible hacer más complicado todo el proceso del papeleo, no tengas la menor duda de que lo harán, aunque haya una solución más fácil. Te mandan para un lado, te mandan para otro, te hablan del Madrid-Barça, te escriben a mano con boli azul en el pasaporte (esto es literal), teclean el ordenador con tal parsimonia que te gustaría darles un curso de mecanografía tú mismo…  Y cuando te han puesto uno de esos sellos que tanto les gustan y que no sabes muy bien para qué sirve, te dicen:

- ¿Cuál es su coche?
- Ese Suzuki rojo que está aparcado ahí.
- Ok. Ya puede irse.  
- Pero cómo, ¿no lo van a registrar? 
- No, no. Circule, circule. (conversación mezcla de español, francés y, en mi caso, un poco de castuo).

En definitiva, te pasas dos horas esperando a que te registren el coche, para que luego te digan que tires… Aaaaaaaaaalucinante. A su lado nuestros funcionarios parecerían sobreexplotados.

Pero en un abrir y cerrar de ojos cambiamos la monotonía y el barullo de la frontera por la arena de las playas de Kenitra y Larache. Como dice nuestro guía de Linares, Nico: "Este lugar me servirá para mediros".  Y la medida fue, más o menos, la siguiente: 100% de damnificados por atascos varios. Cuando no era uno era otro. Que si no llevas suficiente inercia, que si no dejas el coche mirando hacia abajo, que si tendrías que haber bajado presiones. En definitiva, un palmo de arena en las botas, pero también un grado más de experiencia.

- Parece que la arena estaba un poco suelta, ¿no? –le pregunto a Nico.

- ¿Suelta? Ya verás cuando lleguemos a las dunas de 40 metros.

Ante tal desafío, no pude evitar imaginarme de rodillas, frotándome las manos con la arena de la playa de Kenitra al estilo de Russel Crowe en Gladiator y diciendo: "Fuerza y honor, Grand Vitara."

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Día 1. Un comienzo inesperado: ¡Alto! La Guardia Civil.

Si te soy sincero, pensaba obviar esta primera jornada de 670 kilómetros entre Madrid y Algeciras por considerarla poco trascendental. Supongo que muchos de vosotros ya conocéis la enormidad de la llanura castellana, las curvas de Despeñaperros o los extensos olivares jienenses. Y seguro que la mayoría está esperando leer algo sobre las intermiables pistas marroquíes o las dunas del desierto. Pero, gran sorpresa la mía, cuando el primer gran desafío del viaje lo he encontrado en plena carretera de Andalucía: vestía de verde aceituna, portaba un soberbio tricornio y aderezaba el conjunto con un toque de modernidad gracias a unas gafas de sol tipo Aviator. Pero el sujeto en cuestión no formaba parte de ninguna unidad aérea, sino de otra agrupación semi-marcial: la Guardia Civil.

No sé si le llamaron la atención las pegatinas del Suzuki Grand Vitara que conducía o simplemente tenía el día tonto. Pero el caso es que me páro y me pidió los papeles con ese gesto severo que incomoda a cualquiera. Como no terminaba yo de ver claro el asunto empecé a comentarle el tema del viaje, el interés periodístico, la esencia de la aventura... A partir de ahí su fisionomía facial se relajó y empezamos una animada conversación que terminó con un "gracias" por parte del agente cuando le agasajé con alguno de los productos de merchandising que llevo en el maletero del coche.

"No se olvide usted del intermitente cuando cambie de carril. Buenos días". Esas fueron sus últimas palabras. Mientras volvía a la autovía y la figura del Guardia Civil se hacía cada vez más pequeña por el espejo retrovisor, empecé a reflexionar sobre el acontecimiento que acababa de suceder: yo pensaba reservar las revistas, gorras y elementos varios para los volubles policías marroquíes, y resulta que el primer obsequio se lo ha llevado un agente de esta España nuestra. Curiosa forma de empezar el viaje.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no tienen por qué coincidir necesaria o exactamente con la posición de Axel Springer o Auto Bild España.

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