Logo Autobild.es

Domingueros, esa raza

Imagen por defecto

El séptimo día Dios descansó... y los domingueros tomaron el relevo y se dedicaron a hacer la puñeta sobre cuatro ruedas. Tal y como me ocurrió hace dos domingos, y en vez de descansar y circular relajado, me subió la bilirrubina y di libertad al gruñón que llevo dentro.

Antes de nada, vayamos por partes (guiñito a Jack el Destripador), y definamos qué es lo que se entiende por dominguero. Porque el dominguero no es un conductor novel; es ese conductor que desempolva su vehículo los domingos, como el que se pone las mejores galas –con cierto olor a naftalina– para ir a misa o visitar a los suegros. Pero, claro, el que se pone el traje de los domingos puede dañar la sensibilidad visual del resto de los mortales, pero con cerrar los ojos y mirar hacia otro lado, todo resuelto. Sin embargo, el dominguero al volante es tan molesto como una china en el zapato: hasta que no te la quitas de encima, sudas tinta.

El que me topé hace dos domingos era el prototípico: varón, cercano al medio siglo. Iba acompañado de tres personas: delante, otro varón de su quinta y de la misma especie, al que seguro le estaría explicando los parabienes de su cochazo ("y tiene inyección por comon reil... una pasada...", seguro que le espetó), y detrás, su señora y la señora de su ínclito compadre.

¿Comportamiento al volante para poder identificarlo? Va por el carril izquierdo en modo superahorro-energético. Es decir, no sólo obedece al Sr. Rubalcaba, sino que hace la machada y circula a 80 km/h en una vía de 120 km/h... perdón, perdón, de 110 km/h.

Es cierto, un despiste lo tiene cualquiera y quizá ese supuesto dominguero se pasó al carril izquierdo empujado por la inyección por comon reil. Pero no, porque el dominguero auténtico, como el que yo sufrí, conduce empanado y no mira los espejos retrovisores más que para localizar y quitar esos antiestéticos pelillos que surgen de las fosas nasales. Así pues, por mucho que le pidas que se eche a un ladito y te deje pasar, nada de nada. Ni el intermitente, ni las luces ni aun siquiera el claxon van con él.

Si tienes suerte, puede que mil kilómetros después haya llegado a su destino y te lo quites de encima, pero si no, quizá lo tengas que sufrir también camino de casa, en vías urbanas. Allí, volverá a rendir tributo a la DGT circulando a 30 km/h, pero, eso sí, cuando se acerque a un semáforo a punto de cambiar de ámbar a rojo, meterá la R de rapidillo y que la inyección por comon reil haga el resto. Y el que vaya detrás se quedará con cara de... ¡mecachis los mengues!

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no tienen por qué coincidir necesaria o exactamente con la posición de Axel Springer o Auto Bild España.

Descubre más sobre , autor/a de este artículo.

Conoce cómo trabajamos en Autobild España.